Arte y resistencia, del artista Fernando Llanos (1974) que se exhibe en el Centro Cultural Clavijero en Morelia, nos obliga a repensar la ira. ¿Es exigencia, imposición? ¿Es defensa? ¿Es inevitable?
El 18 de mayo de 2016, un camión repartidor en llamas trastocó la noche del pueblo purépecha Nahuatzen. Esa imagen, que refrendaba la violencia cotidiana, sacudió a Llanos, quien entrevió más allá del reclamo a la autoridad (por no entregar a la comunidad uniformes, armas y patrullas para formar su propia guardia ciudadana) el poder del fuego. Para el videoasta no se trataba solo de una quema protagonista de la nota roja, sino de un acto desesperado de visibilización, de una ritualización de la ira a través del fuego. Así, el uso del fuego en la cultura purépecha es el hilo conductor de esta obra.
Aquel día, los habitantes de ese pueblo demostraron que son fuego, que han sido fuego por generaciones. A través de un diálogo con la comunidad, el director de Matria (mejor largometraje documental del Festival Internacional de Cine de Morelia 2014) transformó ese fuego —y esa ira— en un proyecto multidisciplinario, parte del programa de Cultura Comunitaria. Junto con los pobladores fue deconstruyendo aquel incendio hasta develar la continuidad de una tradición ritual que recupera al fuego como uno de los pilares de la existencia purépecha, cosmovisión que se detalla en el documental Somos fuego, estrenado en octubre que es parte fundamental de Arte y resistencia. Los protagonistas asumen, en su presente, su identidad, explorando la importancia del fuego en su existencia, su relación con el uárukua (juego de pelota) y, sobre todo, compartiendo la vigencia de la Caminata del Fuego Nuevo en su cotidianidad.
Esta instalación transita por una realidad “alterna” que exige ser mirada. Llanos no se limitó a observar para colonizar una memoria; tampoco se conformó con retratar al “otro”, desde su otredad participó en el hacer comunitario. Si bien este trabajo es político no es ideológico, no se trata de justificar ni de juzgar sino de mostrar, como evidencia la pieza “Monumento al diálogo forzado”, una réplica del camión incendiado, realizada por carpinteros del Nahuatzen y metateros de Turícuaro, repelente a la metáfora, su fuerza está en la literalidad. Esta escultura integra las puertas calcinadas del camión —donadas por el concejo de la localidad— exhibiendo la falta de empatía, recordándonos que antes del fuego hubo indiferencia; una se transformó, precisamente, por el poder del fuego.
RP