Hace quince años en las librerías de México no había estantes para novela gráfica ni editoriales que las publicaran. Ningún autor mexicano había conseguido la fama por narrar una historia con imágenes. Hoy, no solo se publican libros de mexicanos: se producen con técnicas artísticas como el grabado e incluso hay novelas dibujadas en los muros de un edificio. Sus creadores son una generación de niños fanáticos del cómic que no renunciaron a una batalla que empezó hace 25 años.
La novela gráfica es un boom mundial: se publican en todo el mundo y han llegado hasta a la pantalla grande, como Sin City, de Frank Miller, o Watchmen, de Alan Moore. En México, hay al menos dos editoriales, Sexto Piso y Resistencia, que publican las novelas gráficas de algunos mexicanos y existe al menos una beca para los que escriben y dibujan.
Edgar Clement, el primer mexicano que logró publicar una novela gráfica, creció entre historietas. Cuando era niño, en los años 70, se tiraba boca abajo en el puesto de periódicos que atendía su hermano para leer las tiras del Pato Donald, Rolando El Rabioso, y Kaliman. A los 25 llegó a sus manos un cómic que le cambió la vida: el Arkham Asylum, la primera historia sobre Batman escrita por Grant Morrison e ilustrada por Dave McKean.
“Encontré una historia que me gustaba, contundente, cerrada, que además consideraba muy inteligente, y que a la par tenía un arte que utilizaba fotocopias, pintura y hasta medios digitales(...) Descubrí que podía hacer todo, que podía curarme de esa esquizofrenia creativa”, cuenta.
Así empezó, en los años 90, su obsesión por contar la historia de León, un cazador de ángeles que trafica sus órganos en un México corrupto y violento, y que es el protagonista de la primera novela gráfica mexicana: Operación Bolívar.
La idea le surgió a Clement en 1993 cuando fundó, con un grupo de moneros como Magú, José Quintero, y Ricardo Peláez, Gallito Cómics, una revista sobre historietas. Pero en México no había medios, editoriales ni becas. Pidió la beca del FONCA de manera disfrazada, sin decir que era cómic.
Con la beca construyó la historia, pero no logró publicarla. Por eso la novela gráfica salió por entregas en la revista Gallito Cómics hasta que Sandro Cohen, entonces editor de Planeta, le dijo “quiero publicar esto” y le propuso sacarla en dos volúmenes.
En 1995, Planeta publicó uno de los volúmenes de Operación Bolívar, pero la segunda parte nunca vio la luz. “Me dijeron: tu libro no se vende, te vamos a rescindir el contrato”. Luego, en un segundo intento, Clement la llevó a los editores estadounidenses de la Comic-Con en San Diego, una de las convenciones de historieta más importantes, donde también la rechazaron, “porque no sabían dónde ubicarla”.
“Ya no quería saber nada de la Operación Bolívar, no quería saber nada del cómic. Traía un berrinche tremendo”, cuenta.
***********
Ni Clement ni el otro pionero de la novela gráfica mexicana, Bernardo Fernández, Bef, la definen de la misma forma. Para Bef es un tipo de cómic con temas y personajes profundos, y Clement piensa que “ahí cabe todo” lo que existe en la cabeza de un escritor.
Los estilos y los intereses de los creadores de la novela gráfica mexicana son diferentes, pero algo los une: desde niños fueron fanáticos del cómic.
Influenciado a los 13 años por el Pato Donald, Condorito y el Hombre Araña, Juan Manuel Ramírez, Juanele, hizo su primer cómic que repartía en fotocopias en su salón de secundaria. Su personaje: un pato como el que tuvo de mascota a los 10 años, protagonista de su segunda novela gráfica: Patote (Editorial Resistencia, 2012).
Al artista Héctor de la Garza (Eko) le robaron la primera novela gráfica que hizo en los años 70 con un guión de Paco Ignacio Taibo II sobre los chinacos, una guerrilla michoacana. Unos 40 años después, en 2013, su segundo intento se hizo realidad con Pancho Villa toma Zacatecas (Sexto Piso), que recrea la toma de Zacatecas en la Revolución Mexicana con un guión de Taibo e ilustrada con imágenes hechas con la técnica del grabado.
“En la novela gráfica hay dos tipos de creadores: el ilustrador, que lo que hace es repetir gráficamente las imágenes que pone el escritor; y el artista, que decide dibujar lo que en el texto no está, de lo que la narración no está hablando”, explica.
El primer intento de Bef por publicar sus cómics fue a los 13 años cuando le mostró una tira de aventuras al dueño del periódico donde trabajaba su abuelo, El Sol de México, y lo rechazaron. Luego, en 2010, Alfaguara publicó Espiral, un cómic experimental sin palabras en el que la primera historia estaba contenida en la segunda que está contenida en la tercera y así en un loop infinito.
“No supieron qué hacer con el libro, habían trabajado con libros infantiles, pero nunca habían trabajado con historieta”, cuenta. Espiral se vendió a algunas bibliotecas, pero no con los sellos de Alfaguara ni se comercializó como novela gráfica, que era “lo que a mí me interesaba”.
Clement coincide: en los años 90 en México “nadie sabía un carajo” sobre cómo hacer, editar o publicar novela gráfica; mucho menos cómo venderla y pagar a sus autores. “(Con Operación Bolívar) me encontraba con los apocalípticos que me decían: no, esa chingadera no es arte. Y con los integrados que me decían sí, wey, esto puede incluso ser literatura”.
***********
Con Operación Bolivar ganaron su primer batalla los necios.
“Sabía que existía este especie de movimiento underground del cómic, con mucha gente que estaba un poco resentida porque el cómic estaba menospreciado, no había espacio para venderlo y yo los introduje en librerías; nadie lo había hecho”, dice Josefina Larragoitia, fundadora de la editorial Resistencia, pionera en la publicación de novela gráfica en el país.
“Nos dimos cuenta de que había un público cautivo muy deseoso de que sus autores de cómic salieran publicados (...)De 2007 para acá ha habido una evolución, aceptación, y descubrimiento en el medio editorial de que esto realmente es un negocio”.
La editorial Sexto Piso tiene cuatro años publicando novelas gráficas hechas por mexicanos con La calavera de cristal (2011), una adaptación de una novela de Juan Villoro con Ilustraciones de Bef. “El éxito de este proyecto nos hizo desarrollar otros semejantes, la mayoría de ellos para un público infantil y juvenil”, dice el editor Diego Rabasa “sí observamos una tendencia al alza en las ventas”, considera.
***********
La batalla que lucharon los fans del cómic ahora rinde frutos: existe al menos una beca para producir novela gráfica y hay artistas creando y experimentando con este género.
Desde 2012 el Fonca cedió a las miles de propuestas para producir novelas gráficas y abrió una categoría para el género en la beca para Jóvenes Creadores.
Además, nuevos artistas están explorando otras formas de crear novela gráfica, como Argeo Mondragón, egresado de la Escuela Nacional de Artes Plásticas y fanático del cómic, que creó el espacio secuencial, una forma de novela gráfica plasmada en un espacio arquitectónico.
Con Azul Marino, cuenta la historia de una gaviota que se enamora de un pez en una novela plasmada en 18 muros de Radio UNAM y que aprovecha las propiedades de la arquitectura. La gaviota vuela de pared en pared en forma de graffiti, escultura, vinil e incluso se expande a lo largo de un pasillo con la técnica del anamorfismo, en la que la imagen se distorsiona en la medida en que te acercas.
Luego de una batalla de 30 años ya hay una industria, pero con títulos de los mismos autores, y aunque los espacios se han abierto, aún son insuficientes, considera Édgar Clement, que es más pesimista del panorama: “aún veo un puñado de autores que están tratando de generar su discurso en un páramo desierto”.