Entusiasmo total provoca en este cronista la puesta en escena en México de la obra La ira de Narciso del franco-uruguayo Sergio Blanco, uno de los dramaturgos hoy mimado por los escenarios de Europa y Latinoamérica. Y para este texto de autoficción, una de las líneas de investigación escritural de reciente cuño, la selección del actor ha sido de lo más afortunada: Cristian Magaloni. El director Boris Schoemann dio al clavo al invitarle para esta puesta en escena no sólo por ser un intérprete de grandes dotes y alto voltaje sino también por un parecido evidente con el autor.
Deudora del biodrama y de la corriente que en México conocimos hace treinta años como “Teatro Personal”, la autoficción se impone en la exploración del “yo” (yo soy muchos) desde una autobiografía de credibilidad dudosa o, si se quiere, en donde el relator-actor pone en crisis el principio de cooperación en la relación historia-audiencia. Dicho en otras palabras: el relator-actor, que ha de contarnos aparentemente una experiencia vivida, resulta de poca fiabilidad y, por tanto, la imposición de realidades que efectúa en el espectador somete a éste a la duda de qué es inventado y qué es “verdad”.
Blanco ya había trabajado con la autoficción en Tebas Land (2012) y en Ostia (2015, mismo año en que escribe La ira de Narciso); y la volverá a emplear en Cartografía de una desaparición y en El bramido de Düsseldorf (ambas de 2017). En la obra de marras, inicia el actor aclarando que no es Sergio Blanco, aunque va a actuar de él y que aquello que verán no es un monólogo ni un unipersonal y quizá aquello esté más cerca del relato. En realidad, aunque el autor lo niegue (quizá es parte del juego instalárnoslo por preterición, negando el carácter ficcional del primero y el segundo) es un híbrido que juega con las tensiones de los tres formatos de manera estupenda. Y el propio juego formal se convierte en un elemento retador en las incertidumbres del público que lo recibe gustoso y entra en convención casi de inmediato.
Traspunte
Un bocadillo más para disfrutar
La dirección de Schoemann es minimalista y poderosa, así como la actuación de Magaloni resulta portentosa al haber estudiado la gestual del autor franco-uruguayo, aprovechando su parecido. Para quienes disfrutamos de la amistad de Sergio, esto se convierte en un bocadillo más a disfrutar. Consulte la cartelera de Teatro La Capilla.