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La horrible

El Santo Oficio

En su larga marcha hacia al monasterio, el cartujo tropieza, titubea, hace eses, sube y baja de las banquetas. Parece borracho, pero no, solo intenta librar un obstáculo tras otro en las calles de la delegación Cuauhtémoc de la Ciudad de México, llenas de agujeros, de cercas y cicatrices, con obreros armados con palas y picos, con martillos hidráulicos y cortadoras de concreto. El polvo lo cubre todo y penetra sin compasión en la garganta, la nariz, los ojos, quizá hasta en el cerebro.

De vez en cuando, el monje lanza silenciosas imprecaciones; se siente desfallecer bajo el criminal sol de las tres de la tarde en una ciudad sucia, deprimente, cubierta de esmog, con embotellamientos y aglomeraciones por todas partes, con ciudadanos irresponsables y gobernantes ineptos, ambiciosos, corruptos en numerosos casos.

Recuerda Lima la horrible, el célebre libro de Sebastián Salazar Bondy. De la Ciudad de México podría decirse lo mismo: es una urbe monstruosa, inhumana; una selva donde, al parecer, solo vale la ley del más fuerte.

Mira cristales rotos, muros pintarrajeados, rincones colmados de basura y excrementos, mendigos de todas las edades, adolescentes pegados a su estopa con activo; escucha los discursos de los políticos, sus incesantes y siempre incumplidas promesas de mejorar la vida de los capitalinos. Rememora los versos de Efraín Huerta: “Ciudad tan complicada, hervidero de envidias,/ criadero de virtudes desechas al cabo de una hora,/ páramo sofocante, nido blando en que somos/ como palabra ardiente desoída,/ superficie en que vamos como un tránsito oscuro,/ desierto en que latimos y respiramos vicios,/ ancho bosque regado por dolorosas y punzantes lágrimas,/ lágrimas de desprecio, lágrimas insultantes”.

“Te declaramos nuestro odio, magnífica ciudad”, grita el poeta y el cofrade le hace eco. Le duele la mala suerte de la ciudad, su imparable destrucción, mientras funcionarios como Miguel Ángel Mancera o Ricardo Monreal se frotan las manos pensando en su futuro y cultivan clientelas y ganan espacios en los medios de comunicación. Para llorar.

¿Dónde y cómo viven los políticos de la Ciudad de México?, se pregunta el fraile. No espera respuesta, pero no olvida, entre tantos otros, el caso del perredista Jesús Valencia, ex delegado en Iztapalapa con domicilio en el Pedregal de San Ángel y ahora diputado federal. Como él, hay muchos, enriquecidos de la noche a la mañana en la función pública, en tanto a la ciudad se la lleva el diablo.

La ciudad es un botín, político o económico, lo mismo da. Nadie se preocupa por devolverle su dignidad y esplendor, por hacerla más amable, por frenar los abusos de autoridades pero también de ciudadanos pervertidos por la cultura de la tranza y el agandalle. Aquí nos tocó vivir, dice Cristina Pacheco. Tiene razón, la ciudad es nuestra y ya va siendo hora de recuperarla, de volverla nuevamente —Dios lo quiera— la región más transparente.

Queridos cinco lectores, con el sol al plomo, El Santo Oficio los colma de bendiciones. El Señor esté con ustedes. Amén.

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José Luis Martínez S.
  • José Luis Martínez S.
  • Periodista y editor. Su libro más reciente es Herejías. Lecturas para tiempos difíciles (Madre Editorial, 2022). Publica su columna “El Santo Oficio” en Notivox todos los sábados.
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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