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La bolsa funeraria

Frente al horror que la enorme mayoría del mundo experimenta, los inversionistas no han parado de mostrar su entusiasmo ante las futuras perspectivas de disminuciones drásticas de impuestos.

Dentro del tumultuoso arranque de la presidencia de Donald Trump, con sus escándalos rusos, agresividad por Twitter, incompetencia de él y de los suyos para tareas elementales como conducir una conferencia de prensa, amenazas de deportaciones masivas y leyes racistas contra los musulmanes, y una diplomacia que un estudiante de primer semestre de Relaciones Internacionales podría desempeñar con mayor tino, la buena noticia a la que el presidente Trump se ha aferrado con tenacidad es al hecho de que el índice de la Bolsa de Valores de Nueva York ha subido sin interrupción, rompiendo cada día máximos históricos. Es decir que, frente al horror que la enorme mayoría del mundo experimenta, los inversionistas no han parado de mostrar su entusiasmo ante las futuras perspectivas de disminuciones drásticas de impuestos, así como de la eliminación de regulaciones y otras trabas para la acumulación de beneficios. Es como si a través de sus inversiones se congratularan cada día de que, por fin, uno de ellos se encuentra al mando.

Si bien parecería curioso el maridaje entre la muerte real (“Tenemos que empezar a ganar guerras”, declaró esta semana. ¿Y si mejor no se librara ninguna?, podría preguntar algún ingenuo), espiritual y cultural que representa Trump, y la excitación del capital financiero, Don DeLillo lo entrevió con asombrosa lucidez en Cosmópolis, pues en el largo viaje en limusina de su protagonista, mientras mira sin cesar pantallas que le informan del estado de sus acciones e inversiones, conforme se va arruinando va experimentando una inigualable pulsión erótica que crece proporcionalmente a su ruina, es decir, a su muerte como magnate y como todo lo que hasta ese momento le ha conferido un lugar en la sociedad.

Igualmente, en la vida cotidiana abundan ejemplos por doquier. Hace unos días intenté cancelar en el banco un seguro de vida que yo jamás solicité, y la señorita al otro lado de la línea me persuadía diciéndome que no es que me deseara nada malo, pero que como estaba la inseguridad y la violencia en el país, más valía estar prevenido. ¿Había ya pensado yo lo que harían mis seres queridos si yo les faltara? No podía ser tan egoísta como para no pensar en ellos y cancelar el seguro. Evidentemente, esta chica es más o menos obligada a adoptar esa postura frente a los clientes, pero lo revelador es que una prominente institución bancaria utilice por sistema el argumento de la muerte violenta con tal de poder vender un seguro de vida que cuesta 60 pesos al mes. Y es que si uno de los principios axiales que estructuran nuestra organización económica y sociopolítica es el desnudo culto al dinero (de ahí la euforia de Trump ante el espaldarazo de la bolsa), cualquier otra idea o valor que dé sentido a la vida queda subordinado a la lógica de la acumulación que es, como podemos ver en todos los casos anteriores, cada vez más literal y menos metafóricamente una lógica del deseo de destrucción y de muerte.

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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