En las aguas del río Tamazula, en Culiacán, Sinaloa, apareció flotando el pasado 21 de abril el cuerpo sin vida del coreógrafo y bailarín Maximiliano Corrales. Se le había reportado desaparecido desde el día 18 del mismo mes luego de hablar con su madre y comentarle que saldría a hacer unas compras. El cuerpo fuerte y entrenado del bailarín apareció con múltiples contusiones. Fue asesinado brutalmente a golpes. El 29 de abril, Día Mundial de la Danza, en todo México se “celebró” con un amargo sabor a impunidad que hasta el día de hoy continúa entre los profesionales de esa disciplina porque el gobierno de Sinaloa no ha dado respuesta a los justos reclamos para que se haga justicia expedita para Maximiliano Corrales.
Egresado de la Escuela de Danza de Mazatlán, Max formó parte de las agrupaciones Danza Joven de Sinaloa, Physical Momentum y Protocolo de Calle. Colegas del coreógrafo no han cesado en su demanda de que la fiscalía sinaloense dé certeza sobre los hechos y lleve a los responsables a prisión. Nada nos hace pensar que lograremos llegar a la verdad en este país donde ella, la verdad, siempre es sospechosa, torcida, oscurecida o anulada. Desde la oficialidad se guarda silencio sobre su muerte pero el gremio de la danza se promete no claudicar en la demanda de información y justicia para Max.
El coreógrafo Jorge Domínguez Cerda escribió en los primeros momentos, tras conocerse el asesinato: “A Maximiliano Corrales, un joven bailarín de apenas 27 años, con un brillante futuro, le fue segada su vida en un crimen sin sentido, sin propósito, sin motivo alguno, como si hubiera alguna razón que lo explicara o justificara. Uno más en la estadística que las autoridades, siempre con otros datos, tratan de ignorar y esconder con promesas de futuro, un futuro que no llegará ya nunca para los miles de personas que han perdido no solo la vida, sino la dignidad de la muerte que llega tras una vida de provecho, de aspiraciones cumplidas, de metas alcanzadas”.
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