La traducción al español de Bajo el volcán, la desgarradora novela de Malcolm Lowry, le dio fama internacional a Raúl Ortiz y Ortiz. Estaba orgulloso de ello, pero aún más de la biblioteca-fonoteca-filmoteca atesorada en su casa, llena de actividad y de recuerdos.
Ortiz y Ortiz nació el 2 de mayo de 1931 en la calle de Puebla, en la colonia Roma, pero desde 1938, cuando tenía siete años, vivió en Antonio Sola, en la Condesa. Ahí comenzó a leer En busca del tiempo perdido en la adolescencia, en la versión de Pedro Salinas; después la leería en inglés, traducida por C.K. Scott Montcrieff, y a los 19 años, por fin, en francés.
Una tarde en su casa, después de mostrarle al cartujo sus libreros, los estantes repletos de videos y discos compactos, de invitarlo a ver un documental sobre Proust en la computadora, el viejo maestro le dijo:
“Leer En busca del tiempo perdido me llevó de 1945 a 1950. Fue demasiado ambicioso de mi parte comenzar a los 14 años a leer al escritor más complejo de la literatura francesa de los siglos XIX y XX. Al principio me costó mucho trabajo, pero después se convirtió en placer; como si se tratara de disfrutar del acto sexual, no quería llegar hasta el orgasmo sino estar deleitándome con párrafos, con páginas, con episodios, y eso fue lo que me retrasó tanto poder acabarla”.
Proust se convirtió para él en compañero inseparable y esa tarde, mientras el fotógrafo Pascual Borzelli Iglesias lo retrataba una y otra vez, Raúl decía: “En busca del tiempo perdido implica toda una filosofía del arte. En una época en la que se ha perdido la fe en un más allá, el encontrar como única justificación de la vida la obra de arte, es una lección de Proust, quien le da a su obra el nombre de Tiempo perdido con un sentido doble; es tiempo desperdiciado y tiempo que no se podrá recobrar, es un lamento de haber perdido tanto tiempo y es un dolor de no poderlo recuperar sino a través de la obra de arte”.
Nadie en México —decía Raúl— tenía, como él, un acervo tan completo sobre Proust, su autor irrenunciable. Al preguntarle el motivo de esa pasión, respondió: “Porque es el que mejor ha conocido la naturaleza humana. Porque yo soy un escéptico y un pesimista después de haber sido un ferviente católico, no sé lo que haya más allá, dudo que haya algo más allá, pero nadie me ha enseñado la vileza y la bajeza de la naturaleza humana como Proust”.
Hablaron de las numerosas referencias al arte y la música en la novela de Proust, platicaron de otros autores, de su vida como traductor —dominaba varios idiomas— y maestro, de sus escasos textos publicados —se consideraba un diletante, no un escritor— y se despidieron tarde, cuando había caído la noche, con un abrazo.
Raúl Ortiz y Ortiz murió la madrugada del miércoles 27 de enero y, si no anduvieran tan entretenidos en otras cosas, el rector de la UNAM y el secretario de Cultura ya habrían advertido la necesidad de asegurar el destino de su biblioteca y de rendirle un justo homenaje como uno de los grandes impulsores de la cultura en México.
Queridos cinco lectores, El Santo Oficio los colma de bendiciones. El Señor esté con ustedes. Amén.