Ya no los hacen como antes. La frase, un lugar común incitado por la maldita nostalgia, se instala en el débil corazón del cartujo. Las lágrimas le brotan como manantial nomás de acordarse de aquellos tiempos cuando en la radio y la televisión escuchaba a los genios de la crónica deportiva: amenos, cultos, imaginativos, polémicos sin duda.
Pedro El Mago Septién fue uno de ellos. Fue el profeta más grande de esa religión llamada beisbol. Un profeta apasionado y persuasivo, de voz poderosa y educada, de conocimientos enciclopédicos y fantasía desbordada; así edificó su leyenda.
Le decían El Marqués de Querétaro y se comportaba y vestía con la elegancia de un noble. En su casa tenía enmarcado un cheque de miles de dólares. Nunca sintió la tentación de cambiarlo. Era su talismán, la insignia de una carrera larga y venturosa, con éxitos rotundos y milagros concedidos a su pasión beisbolera.
El Mago creó un estilo irrepetible, lleno de apuntes, anécdotas, metáforas, imágenes. Era un poeta, no podía ser otra cosa el creador de expresiones esta: “El beisbol es un drama sin palabras, un ballet sin música, un carnaval sin colombinas”.
Era otro tiempo, la vulgaridad todavía no se instalaba en los medios de comunicación ni el razonamiento cedía paso al escándalo. ¿Quién de los nuevos comentaristas radiofónicos puede hilar una frase sin tropezar con la incorrección o la grosería? ¿Quién puede presumir una cultura moderada o un vocabulario cuando menos mediano? Si alguien conoce a uno, por favor avise al monasterio para echar las campanas al vuelo.
El Mago fue el último de una estirpe en la cual también se inscriben Jorge Sony Alarcón (su compañero en transmisiones inolvidables de la Serie Mundial), Antonio Andere, Agustín González Escopeta, Enrique Yáñez, Fernando Marcos, Ángel Fernández y los cronistas taurinos Paco Malgesto y Pepe Alameda. Ellos —y algunos otros sepultados bajo el polvo maldito del olvido— hicieron de la crónica en medios electrónicos un arte, alejado de la mera descripción y llevado a los linderos sagrados de la imaginación.
Era hiperbólico, todo lo veía con el lente de aumento de la pasión y el delirio. Ariel Velázquez rememora en El Universal una de sus frases: “Y en estos momentos parten las palomas mensajeras del Yankee Stadium anunciando que los Yankees son los nuevos campeones mundiales de beisbol”. Ya nadie dice cosas como esas, ya nadie acaricia las palabras y menos aún las ideas.
El trapense descubrió la voz del Mago en la saga fílmica del Huracán Ramírez, uno de los ídolos de su niñez. Allí narraba encuentros de lucha libre, ese deporte de histriones y acróbatas. Lo hacía con conocimiento y humor, una combinación imposible en estos días de indigencia y mal gusto.
La última jugada del Mago ocurrió la noche del 18 de diciembre. Tenía 97 años, una buena edad para irse a narrar al cielo.
QUERIDOS CINCO LECTORES, en una semana de luces y sombras, El Santo Oficio los colma de bendiciones y les desea Feliz Navidad. El Señor esté con ustedes. Amén.