Los grandes pasajes sonoros que desembocaban en piezas extensas, suites desbordantes o las canciones que apuntaban a una categorización más allá del simple estándar rockero. Y sí, se trata de uno de los géneros aún con grandes adeptos en la historia de la música y Eloy Pérez Ladaga lo aborda de manera amplia y detallada en su libro "Rock progresivo. Historia, cultura, artistas y álbumes fundamentales" (editorial Ma Non Troppo). Y esta es una de las profundas definiciones que da el autor español:
“Practicado por músicos, en su mayoría, de amplia y académica formación, cuando no auténticos virtuosos, los excesos típicos y tópicos del rock se reflejan, en el progresivo, no tanto en los clásicos desmanes asociados al sexo, las drogas y demás (con honrosas excepciones, obviamente), sino en la composición y puesta en escena. En el rock sinfónico lo lírico prima sobre lo sexual, lo intrincado sobre lo rítmico y lo metafórico sobre lo explícito. Con su nacimiento a finales de los sesenta y prácticamente por primera vez, el rock ya no se baila sino que se siente, se experimenta. Se hermana la guitarra eléctrica con la orquesta sinfónica, se amplía lo lisérgico con la improvisación típica del jazz y se complican estructuras hasta entonces inamovibles, alargando el formato clásico de la canción de rock hasta límites extenuantes, siempre en busca de nuevos retos, nuevos sonidos”.
Pero todo tiene una raíz y el investigador se va a los que llama “Progresivos sin saberlo” o “Proto-prog 1965-1967), donde The Beatles, The Who, The Pretty Things, The Zombies, Frank Zappa, The Doors, The Beach Boys o Grateful Dead introdujeron en sus canciones, en mayor o menor medida, componentes de matiz progresiva: “sofisticados desarrollos instrumentales, orquestaciones clásicas, abruptos cambios de ritmo, temáticas conceptuales, etcétera”.
Pero llega la época dorada que abarca de 1968 a 1976, en Londres como epicentro con quienes acabarían siendo los más grandes dentro del género como Yes, Genesis, Jethro Tull, Van der Graaf Generator, Emerson, Lake and Palmer y King Crimson, de quien se indica su "In the court of the crimson king" de 1969 como la obra que “dio las pautas básicas a las que se aferrarían incontables coetáneos”.
En esa escuela, con los años, Pink Floyd o Camel demostrarían que se podían adaptar distintas emociones a otros pasajes, sin abandonar la estructura, con toques incluso de new wave.
Otros países se unieron, como Alemania y su música cósmica o Italia que le dio una personalidad propia, “asumiendo su propia herencia clásica y romántica y dando lugar a una verdadera fiebre sinfónica que hizo del primer lustro de los setenta una época irrepetible en la historia del rock italiano”. Sellan esta era Le Orme, Premiata Forneria Marconi, New Trolls, Banco del Mutuo Soccorso, Il Balletto di Bronzo, Museo Rosembach y un largo etcétera.
¿Pero se perdió en los años ochenta? No, porque como lo llama el autor, “un nuevo amanecer” llegaba con el neo-progresivo de 1981 a 1987, con Marillion como un emblema de la nueva escuela que le apostaba a los hits radiales, dejando atrás las grandes suites. Los consagrados también siguieron ese camino.
La tercera ola la ubica entre nuevos y viejos dinosaurios, de 1987 a 2017, en la que destacan Queensryche o Dream Theater, con su poder y virtuosismo en el llamado metal progresivo, que tomaban las bases de otro grande: Rush, que se aprecia en la portada, como bien lo saben hacer, on stage.
Steve Wilson también creó una gran escuela en estos años, con su banda Porcupine Tree, con quien se encaminaba incluso a sonidos alternativos.
En los últimos años, el progresivo ha seguido adelante con buena salud, cada vez más ecléctico y global, de acuerdo al autor español Eloy Pérez Ladaga.
Discos conceptuales
Las bandas progresivas crearon grandes obras conceptuales como por ejemplo Yes con "Tales from topographic oceans"; "The lamb lies down on Broadway" de Genesis; Pink Floyd lo hizo con discos como "Dark side of the moon" o "The wall"; Jethro Tull con "Thick as a brick", con una canción dividida en dos partes, de 22:40 y 21:06 respectivamente, entre otras. Por supuesto todas aprobadas por fans y críticos que hasta la fecha aún emiten opiniones y novedades en dichas producciones.
Y llama la atención que el autor haya tomado en cuenta al metal progresivo, que tuvo uno de sus highlights en los años noventa. En 1990, recuerdo una balada que irrumpió en la radio, “Silent lucidity”, y que de inmediato acaparó la atención al tener la referencia de Pink Floyd; pero se trataba de Queensryche, que tomaba la influencia de Pink Floyd en la apertura lenta, impulsada por una guitarra acústica y la voz de Geoff Tate que recordaba a Roger Waters, y de pronto daba una entrada dramática con la guitarra eléctrica. Para muchos es su versión de “Comfortably numb” de Pink Floyd.
Y esto no era novedad, pues las bandas de rock progresivo sabían hacer éxitos para la radio, como Emerson, Lake and Palmer con “From the beginning”, Yes con “Owner of a Lonely Heart”, Marillion con “Kayleigh” o Camel con “West Berlin”.