El cartujo estrena hábito para asistir al veredicto de la XIX edición del Premio Alfaguara de Novela, dado a conocer durante una comida en el elegante Hotel Ritz de Madrid. Nadie lo conoce y él bendice al cielo por observar a sus anchas, sin interrupciones de ninguna especie, la ceremonia conducida por una mujer hermosa vestida de negro impecable, con la voz grave, el pelo corto y los ojos grandes.
Recuerda cuando en 2003 llegó a esta ciudad para atestiguar la entrega del Alfaguara a Xavier Velasco por Diablo Guardián, protagonizada por Violetta, quien lo escandalizó con su vida y sus palabras, como cuando dice: “Ave María Purísima, me acuso de ser yo por todas partes”. De eso platica con Luis Mateo Diez, presidente del jurado en aquella ocasión, al cual se acercó con su característica timidez para preguntarle, en principio, su opinión sobre una barbaridad, entre tantas otras, impulsada por la derecha en España. ¡Son unos hijos de puta!, le responde de entrada el escritor de Camino de perdición, sin darle oportunidad de taparse los oídos. Le explica: según la actual legislación española, los pensionados —como es su caso— no pueden realizar ningún trabajo remunerado, o pierden la pensión. Esto afecta especialmente a quienes, como él, escriben en periódicos o revistas y enfrentan el dilema de guardar silencio, regalar su trabajo o quedarse sin pensión.
“Los matan”, dice categórico el periodista mexicano Carlos Rubio Rosell, radicado en España hace más de 20 años, y un grupo de viejos escritores, quienes han pasado su vida en la academia o en las redacciones, le dan la razón; no lo hacen con tristeza, sino con enojo, con indignación.
Curiosamente, la novela ganadora del Alfaguara 2016, La noche de la unsina, del argentino Eduardo Sacheri también trata de la desesperación, de la rabia contra las decisiones políticas y económicas de gobernantes insensibles a las necesidades de la gente. Ambientada en O’Connor, un pueblo de la provincia de Buenos Aires, durante el llamado corralito bancario decretado por el gobierno de Fernando de la Rúa en diciembre de 2001 —cuando los ahorros de los argentinos quedaron congelados—, es la historia de una estafa contra los habitantes de ese pueblo y de la venganza de éstos contra el embaucador en una noche de oscuridad y tormenta.
El monje no ha leído sino el fragmento de la novela publicado en milenio.com, y sin embargo espera una buena historia. Un thriller, como la definió el jurado, vertiginoso, con humor “y un lenguaje muy vivo para dar a los ilusos del mundo dignidad y esperanza”.
Ojalá y así sea. Sobre todo si estamos de acuerdo con Javier Cercas cuando, en su libro El punto ciego, dice: “toda literatura auténtica (…) es revelación y desenmascaramiento y por tanto impugnación de la realidad, fuego, dinamita, subversión moral y política, cualquier cosa salvo mero pasatiempo carente de consecuencias”.
Queridos cinco lectores, frente a El jardín de las delicias, El Santo oficio los colma de bendiciones. El Señor esté con ustedes. Amén.