La presencia de alcohol y las drogas refulge en la creación artística y, particularmente, en la poesía. La lista de autores que han cantado al vino abarca desde los líricos griegos Arquíloco y Simónides hasta los contemporáneos Dylan Thomas y Robert Lowell. Pese a todos los matices temporales, quizá puedan observarse dos grandes motivos que unen la intoxicación y la creación: por un lado, el carácter ritual de la intoxicación y, por el otro, el desafío a las convenciones. Tanto la creación como la intoxicación implican un apartamiento del mundo de la lógica, la obligación y el tiempo lineal y representan un tránsito a otras modalidades de percepción. La intoxicación comparte con la experiencia religiosa la salida de sí y la comunión con lo inefable. El vino y otros generadores de éxtasis ocupan un lugar importante en los textos religiosos fundadores e incluso en tradiciones que limitan la ingesta de bebidas embriagantes, como el Islam, y existe, paradójicamente, una rica genealogía de poetas (encabezada por el inmenso Khayyam) que celebran el vino e identifican sus efluvios con la experiencia mística. En la exaltación artística de la bebida puede advertirse la búsqueda de recuperar su uso ritual y volver a encantar un mundo desacralizado. Por otro lado, la utilización de la bebida y otras sustancias prohibidas tiene que ver con un rechazo a las convenciones que ha sido característico de cierta creación y que se ha consolidado en la época moderna. La intoxicación implica un reto a las exigencias contemporáneas de sobriedad y productividad y, a menudo, se acompaña de otros signos de liberación de las costumbres. Especialmente a partir del romanticismo, cuando el creador ha patentado la disidencia, la intoxicación ha sido un modo de protesta, diferenciación y, a veces, impostación.
¿En verdad resulta creativa la intoxicación? Evidentemente hay obras indisolubles de la circunstancia de su creador y, por mencionar solo un ejemplo, sin la experiencia abismal del bebedor no existiría Bajo el volcán, de Malcom Lowry. Pero si la intoxicación brinda un espesor único a la creación, es probadamente disfuncional a la hora de manufacturar una obra. Acaso un creador requiera la visión de los infiernos o paraísos que proporciona la intoxicación, pero también requiere un pulso firme para materializarla. Por eso, quizá muchas obras largamente soñadas se quedan en nuestro pulso tembloroso e imaginación somnolienta de intoxicados.
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