Después de intercambiar algunos mensajes con S. y quedar de vernos en algún sitio, me pregunta de qué se tratará la entrevista. “Sobre los juegos de dominación y sumisión”, le escribo. “Me interesa conocer las experiencias que has tenido”. “Ah, ya”, responde, de lo más casual. “Hace años dejé esa relación, pero puedo contarte lo que viví. Ya llevo tres años de vainilla.”
Lo que yo no sabía es que al reunirme con ella me contaría cómo esa relación, en la que practicó el BDSM, la dejó llena de experiencias tan fuertes, tan extremas, que cualquier cosa “vainilla” ahora le parece poco. Todo palidece ante lo que era esa adrenalina constante, obedeciendo en todo momento a su “maestro”.
Llevo algún tiempo leyendo sobre el tema, así que ya conozco algunos conceptos. BDSM es un término creado para abarcar un grupo de prácticas y fantasías eróticas. Combina las siglas resultantes de Bondage (inmovilizar a la pareja sexual), Disciplina (roles de dominación/sumisión) y Sadomasoquismo (infringir o recibir castigos o dolor), todo con el objeto de obtener placer sexual. Un “maestro” es un dominador, alguien que tiene una “sumisa”. Ella es su “esclava” por voluntad propia, porque eso es lo que más la excita en la vida. Y el término “vainilla” me parece, desde que lo conocí años atrás, una verdadera joya. Entre los practicantes del BDSM la palabra se refiere a quienes solo gustan del sexo convencional y no se aventuran a experimentar nuevas sensaciones. Se refiere al gusto por el sexo sin aventura, sin creatividad. Uno de los grandes activistas del sado lo explicó así desde los años 70: “Es como cuando alguien entra a una heladería italiana de ensueño, con cientos de sabores, texturas y colores, que alcanzan para miles de combinaciones, y solo pide un helado de vainilla”.
Sin embargo, con todo lo que pienso que he aprendido leyendo, me siento no solo un aprendiz sino un ingenuo lego frente a S., quien me va introduciendo a un mundo que apenas puedo atisbar.
Me dice que me puede presentar a muchas personas que practican el BDSM, solo que algunas sumisas, por ejemplo, desde el primer momento estarán jugando su rol, así que tengo que ir preparado. “Una sumisa no te va a ver a los ojos, se va a sentar derecha esperando tus instrucciones, y no puede cruzar las piernas”, me indica. Fascinado, casi rebasado, le pregunto sobre este último punto, ¿por qué no puede cruzar las piernas? “Porque su maestro debe tener acceso a su cuerpo en todo momento: si quiere tocarla no debe de encontrar ningún obstáculo”. Sigo interesándome cada vez más en el tema…
“No te lo acabas”
Antes de explicarme cuál es la mecánica que opera en la gente kinky (como se conocen entre sí los amantes del BDSM), la sexóloga colombiana Carolina González (conocida como Caro Gonza) me relata su experiencia de haber asistido a un “calabozo”, que es como se les llama a los lugares en donde se realizan estas prácticas, tanto en México como en el extranjero. Fue en San Antonio, Texas. Me cuenta su asombro desde el momento de ver en la entrada una lista de médicos capaces de atender a los practicantes (dado que los doctores que no conocen el estilo de vida BDSM insisten en que las personas maltratadas deben denunciar). Refiere cómo le impresionaron las cadenas, los grilletes y los múltiples instrumentos para causar sumisión y dolor, y haber visto a un hombre golpear con una fusta a su esposa en la espalda (cuidando siempre la columna), las nalgas y piernas durante una hora entera. “Cada que le pegaba ella se reía, y se notaba que a él no le gustaba eso, así que le estrujaba los pezones con rudeza, como castigo adicional”. Cuando terminó, me cuenta, “la abrazó, la cargó hasta una mesa y ambos se dieron un beso. Vi la cara de satisfacción de ella y me quedó claro que lo había disfrutado”.
Recuerda también haber charlado con una mujer que descubrió que no podía vivir en una relación “vainilla”, así que acudía regularmente a ese calabozo. Cuando platicaba con ella se le acercó otra mujer y le preguntó si quería ser dominada. “Saltó como si trajera un resorte, y pude ver cómo le pusieron alcohol en los pezones para aplicarle ráfagas de fuego. Se notaba cómo sentía placer y, en un momento dado, tuvo los gestos y los espasmos de un orgasmo”.
“La dominación, sumisión, masoquismo y sado son cosas diferentes —explica González—. Todas son partes de lo que se conoce como parafilias, aunque algunos autores, como el doctor Juan Álvarez Gayou, las conocen como Expresiones Comportamentales de la Sexualidad, lo cual elimina el sentido negativo o de supuesta enfermedad.”
Este especialista sostiene que en sexualidad no se debe hablar de normalidad o anormalidad, pues todo se vale siempre y cuando sean prácticas consensuadas y no se dañe a nadie. “Las Expresiones Comportamentales son todo lo que genera una respuesta sexual. Cuando se habla de parafilia es cuando la expresión interfiere en la vida misma, volviéndola disfuncional, y cuando solo se puede lograr placer a través de ésta. Pero incluso cuando solo se puede llegar al orgasmo con el masoquismo, por ejemplo, si esto no interfiere con la pareja, con la propia sexualidad o con una vida funcional, entra dentro de los límites de la preferencia individual.
“Muchas personas que ves en la calle o en la junta de consejo de una empresa multinacional, practican el BDSM —afirma S.—. Quienes menos te imaginas tienen este estilo de vida. Aquí puedes encontrar todo tipo de gente: la que te va a cautivar intelectualmente o gente muy simple; elegante o muy ruda. Hay de todo”.
No se trata del dolor por el dolor mismo, sino de la complicidad de la dominación. Eso es lo que crea verdaderos lazos, tan fuertes y profundos como los de cualquier relación amorosa. “Creo que la represión es lo que causa que la gente sea adicta a la pornografía y que haya cosas tan aberrantes como la pederastia y las relaciones no consensuadas. Si la gente supiera que existe el estilo de vida BDSM y pudiera vivir estas experiencias, conociendo sus límites y sus preferencias más recónditas en un marco protegido y legítimo, no necesitaría nada más. Es un universo entero que no te lo acabas: no lo puedes abarcar, y en el que siempre hay cosas nuevas y excitantes”, asegura.
Transgresión
“Cuando ves el cuidado, el respeto y toda la parte del consenso, te das cuenta de que no es un ambiente siquiera pesado, sino que hay mucha humanidad y libertad”, interviene Caro Gonza. Y recuerdo aquí la célebre máxima de que nada que sea humano nos debe ser ajeno. “Solo es gente que necesita un espacio para realizar sus preferencias sin ser juzgada. Es algo que entiendes en cuanto te acercas a este estilo de vida, y al hablar abiertamente de esto se genera más visibilidad y aceptación del tema.
Entiendo cómo se puede crear un vínculo inextricable, quizá de los más poderosos vínculos posibles, entre el dominante o la dominante y la sumisa o el sumiso. El solo hecho de permitirse jugar a algo que podría parecer prohibido o “retorcido”, genera ya por sí mismo una adrenalina que puede resultar irresistible. Lo que me cuesta más trabajo entender es por qué algunas personas gozan con el dolor físico. ¿Cuál es el origen de esta preferencia? González me explica que todo reside en la complicidad y es parte de las mismas endorfinas de la transgresión. “Ellos viven un dolor que no es médico o fisiológico, sino que resulta estimulante por el contexto. Fisiológicamente tiene explicación, porque tienes la presión arterial y la frecuencia cardiaca aumentadas y los vasos sanguíneos se encuentran dilatados por la excitación. Esos cambios físicos hacen que el dolor no se experimente como algo negativo.
Someter la voluntad
“¿Ya viste La historia de O?, me pregunta S. Respondo que sí, hace mucho. “Vuélvela a ver”, me recomienda (¿me ordena?). “Lo que ahí ves, pasa en la vida real”. Recuerdo que en esa película O es entrenada para someter por completo su voluntad a su amo, quien en realidad quería entregársela a su propio maestro, como un regalo. Asiste a un retiro en el que es azotada continuamente por su mayordomo (quien además la puede poseer cuando desee) y por la matrona del lugar, hasta que aprende a someter su voluntad por completo. La protagonista pasa todas las pruebas por amor, pero se rebela cuando se da cuenta de que ha sido preparada para ser un regalo. No por el hecho de serlo, dado que es una esclava, sino porque está enamorada locamente de su amo. Al final accede a ser la esclava del maestro y encuentra en ello una dicha todavía más grande, pues ha obedecido incluso en eso al amor de su vida.
Apenas me recomienda la peli, S. me advierte que se tiene que ir en un par de minutos, algo que empiezo a lamentar en el mismo instante en que lo escucho. Agrega que ella asistió a un campamento para preparar esclavas en un país europeo, por instrucción directa de su maestro, y me consuela prometiéndome que de eso me hablará en la siguiente cita…