Desde los seis años, Amparo Flores González entendió que la vida no espera. Aquella niña que comenzó a trabajar para ayudar en casa es la misma mujer que, a punto de cumplir 78 años, sigue levantándose temprano cada sábado para vender en el tianguis lo que la gente le regala. No por elección, sino por necesidad, ha trabajado toda su vida.

Madre de cuatro hijos, hoy mantiene poco contacto con ellos. Solo una hija, maestra, le escribe de vez en cuando por WhatsApp. Otro de sus hijos la apoya con traslados, pero su día a día transcurre sin la compañía cercana de la familia.
En 2015 decidió comenzar una nueva etapa. Desde entonces acude, de lunes a jueves, al Centro Metropolitano del Adulto Mayor (CEMAM) en Zapopan, un espacio que ofrece servicios de salud, autocuidado, talleres de activación física y mental, y actividades para el desarrollo de habilidades. Ahí, Amparito llega temprano, ocupa su lugar y espera con alegría el desayuno. Después se estira, baila, se ríe. No deja que la edad la detenga.
“En esta fila, el desayuno nos dan a las nueve mientras esperamos el ejercicio a las diez, que nos dan media hora. Ya de ahí me paso a veces a una película, como hoy, o a apoyar cortando boletos para el desayuno y comida, ayudando en la cocina. Cuando se necesita, ayudo a dar comida a mediodía, en charolas. Lo que haga falta aquí”, cuenta.
Adultos mayores viven sin cuidados familiares
Los datos del INEGI reflejan una realidad que ella conoce de cerca: en 2023, el 71.2 por ciento de las personas de 60 años o más no reciben cuidados de sus familiares. El 28.8 por ciento sí los reciben.
Lejos de quedarse sola, Amparito encontró en el CEMAM un nuevo hogar. “Significa tener vida, vivir. Me alienta otra motivación: ver a mis compañeros, servir en lo que pueda. Aquí me toman en cuenta. Con su familia, uno deja de formar parte, porque ellos tienen que seguir con su vida. Ya no soy parte como quien dice de ellos… pero aquí, esta es mi familia”.
Irradia felicidad. Lo mismo disfruta ayudar que tomar una clase de computación. En este lugar se siente parte de algo. A sus 78 años, Amparito sigue aprendiendo, compartiendo y encontrando formas de ser útil en espacios que nunca imaginó. Su vida es un recordatorio de que envejecer no significa detenerse, sino descubrir nuevos motivos para seguir
SRN