Realidades inenarrables del México del coronavirus. Un día puedes estar dormido en tu cuarto y luego, escuchar y hasta sentir cómo incineran un cuerpo a escasos metros de tu cama. Para Rodrigo, de 11 años, esa es la realidad todas las noches: duerme junto a un horno crematorio y ya hasta se aprendió los ronroneos y vibraciones del incinerador, lo que le dice que están a punto de hacer cenizas a un cristiano.
La rutina se repite hora tras hora, día tras día. De repente su recámara de dos metros por tres de ancho comienza un a vibrar, moverse, brincar de arriba abajo, con un ruido como el que hacen “dos refrigeradores juntos”. El muro se cimbra. Sus escasas pertenencias, también.
Pegada a su pared está la Funeraria Uribe y lo que se escucha es el horno crematorio que corre a su máximo “entre 800 y mil grados” de temperatura, según su gerente Luis Eduardo Vives.
Estos son días de mucho trabajo en la funeraria, por obvias razones. Y son malos días para Rodrigo. Porque en su recámara no solo es el ruido que lo obliga a mal dormir, sino también la temperatura que lo agobia. De la vibra de estar al lado de algo como la incineración de un cuerpo, prefiere no hablar, pero es fácil adivinarlo.
Y como él, sus vecinos están molestos por la presencia de ese horno crematorio, porque nadie en su sano juicio quiere vivir al lado de uno. Menos cuando hay días en que las casas se llenan de un denso humo (que todos saben de donde viene).
Es una pesadilla urbana, agudizada por la crisis detonada por el covid-19. Y por eso, el lunes pasado, los vecinos cerraron el Eje Lázaro Cárdenas a la altura de la colonia Guadalupe Proletaria.
La funeraria tiene 37 años y su horno crematorio inició labores el pasado 30 de abril, luego de por fin superar un trámite que estuvo en proceso durante 18 años. La incineración de cadáveres arrancó justo en momentos de jauja para la industria funeraria. Y la extraña coincidencia de que el negocio lograra destrabar sus problemas burocráticos justo cuando hay un alud de cuerpos, es lo que preocupa a los vecinos. En México suele ser señal de otra cosa.
Suspicaz uno de ellos, cuestiona “¿Por qué tanto tiempo? Pues porque no cumplían con algo y ahora, de repente, comienza a funcionar…. ¿A quién le llegó al precio?”.
Para él, ese quién es una autoridad
Rodrigo, como ya dijimos, vive con su familia a un lado de ese negocio y en el lado opuesto habita Aurelia Rosendo de 70 años de edad. Dice y muestra al reportero las huellas de hollín en la escalera de su casa. Hollín que, por obvias razones, uno no quiere ni preguntar su origen.

El día que arrancó ese horno, recuerda, “me tuvieron que sacar cargando de mi casa, porque todo estaba negro por el humo”.
En esta colonia es la historia que se repite, desde siempre: las autoridades no les hacen caso. El vecino, Francisco Méndez, duda sobre el uso de suelo que tiene ese negocio “si está en plena zona habitacional”.
En entrevista aparte, el gerente justifica que todo está en regla y para ello, muestra al reportero los registros ante COFEPRIS y otros.
Entre el estira y el afloja ha habido amenazas de los dueños hacia los vecinos para que ya le paren a su protesta. Sin embargo, estos advierten que seguirán en su demanda para que ese horno crematorio sea reubicado en otro lugar.
Luis Eduardo Vives asegura que éste “cumple con todas las condiciones que se requieren en cuanto a seguridad y verificaciones. Tenemos dos meses y nos han hecho tres verificaciones”.
El descontento vecinal lo achaca a la “falta de información y la comunicación errónea de unos vecinos a otros, eso es lo que causa esa paranoia: el tema no es el horno, el tema es la mala información de creer que a la hora de cremar un cuerpo puede emitir alguna enfermedad”.
Aurelia Rosendo de 70 años vive a otro costado de la funeraria. “El hollin que cae de la chimenea, todo se viene para acá. Cuando el 30 de abril comenzó a funcionar ese horno, a mí casi me sacaron arrastrando, porque se vino todo el tufo, todo esto estaba lleno de humo espeso, negro, feo”, lamenta.
Invita al reportero a pasar a su casa y muestra su escalera “ya lavé pero aquí se ve el hollín pegado”. Pasa su dedo sobre el mosaico y lo muestra. Está negro por la ceniza.
Y por eso volvemos a Rodrigo. Relata: “Cuando prenden el horno, mi pared se calienta de la cabecera, allá abajo, se calienta, y entonces al principio cuando lo prenden vibra, se oye la vibración… sí se oye, cuando abren el horno, todo se oye”.
Se le pide que describa esa vibración. “Es como si tuvieras dos refrigeradores al lado de tu cama… Según el propietario dijo que no cremaba en la noche, entonces pues sí crema, porque todo se oye”.
Para Francisco Méndez esa funeraria y su crematorio no están en un lugar adecuado. “Creemos que las condiciones no son las correctas para que funcione en una zona completamente habitacional. Hay una escuela primaria a escasos 500 metros y un preescolar a 250 metros”.
Entre todos los vecinos hay preocupación por ese horno crematorio. Araceli González informa que han recurrido con las autoridades y nadie hace nada al respecto. Su demanda es que cierren ese horno crematorio.
Acusa que lo dueños “no nos han mostrado el permiso de uso de suelo, el de impacto ambiental, el de Protección Civil… nada. Queremos saber quién les autorizo”.
Para el vecino, Itzamma Hernández, el olor que despiden las cremaciones “es insoportable”. El gerente del negocio explica que desde el inicio de labores han cremado 28 cadáveres. Para él, es poco. Además de que “estamos apoyando al gobierno de la Ciudad de México con cremaciones gratuitas”.
Sostiene que el humo negro que expulsa su horno al inicio de una cremación, dura poco. Una vez que el fuego ha calcinado la bolsa séptica, donde va el cadáver “eso se termina de uno a dos minutos lo único que se emite son vapores”.
ledz