Ciudad de México /
Hoy no sólo tenemos una deuda con nuestros antepasados, con el pasado incumplido. Tenemos un compromiso incuestionable con nuestros contemporáneos que fueron privados de la vida y también de la muerte, con aquellos que fueron desaparecidos. ¿Cómo cumplir nuestro deber cuando la generación vencida es nuestra propia generación? La ventaja de no tener futuro ni esperanza es que la espera ha perdido sentido. Cualquier reformismo parsimonioso resulta ya absurdo. No se puede aguardar más: para nosotros, la transformación debe suceder ahora. Para nosotros, no hay mañana.