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Ya no podrá seducir a más sacerdotes...

Desde niña Rosaura tenía una fijación asistir a la iglesia con la intención de mirar a los sacerdotes, y cuando un sacerdote le gustaba imaginaba que el religioso la tenía en sus brazos.

Rosaura desde muy jovencita tuvo una extraña fijación. Le gustaba mucho ir a las iglesias, pero no porque fuera muy católica, sino con la intención de admirar a los sacerdotes, cuando se percataba que el cura ya era muy mayor, desilusionada se salía.

Sin embargo, todo cambiaba y se alegraba si en otros templos encontraba a sacerdotes guapos, aunque fueran de edad madura.

Fascinada se acercaba más a los púlpitos, pero no para escuchar las misas, sino para verlos con detenimiento. Era extraño lo que sucedía en su mente.

Cuando algún sacerdote le gustaba más, presa de la revolución hormonal propia de su edad, mal cerraba los ojos y se imaginaba que el religioso la tenía en sus brazos.

Ese juego erótico e irreverente que tanto le divertía, era inofensivo hasta entonces, pues se trataba de meras fantasías adolescentes, ya que ella ante la sociedad se comportaba como una chica normal.

Era hija de padres profesionistas, estudiaba en la universidad, era sociable y muy noviera.

Cuando llegó a la mayoría de edad, en cierta ocasión su novio en turno le pidió que fueran a un lugar más íntimo.

Rosaura, sin rechazarlo, le dijo que aceptaba si se vestía de sacerdote. El novio, aunque se extrañó, supuso que era una negativa y ya no le insistió más.

Sin embargo, tiempo después y aunque su novio no se vistió de sacerdote, se entregó a él, pero no por amor, sino por otras razones que solo ella sabía.

Su fijación hacia los curas no desapareció y cuando se entregaba a su novio, sus fantasías se despertaban más y en las iglesias seguía en la búsqueda del sacerdote “de sus sueños” .

El tiempo transcurría, Rosaura terminó su carrera de licenciada en Relaciones Internaciones, y como era de esperarse, tuvo otros noviazgos, pero ninguno que la hiciera feliz.

En cierta ocasión, una de sus amigas se casó y cuando fue a la iglesia, que se encontraba en el sur de la ciudad, se quedó anonadada al ver que el sacerdote que casaba a su amiga era muy atractivo.

No era tan joven, quizá de 45 años. Rosaura se acercó más al altar donde se realizaba la ceremonia. Se estremeció.

Quedó cautivada ante la personalidad del clérigo. Cuando la boda terminó y todos salieron para felicitar a la novia, Rosaura preguntó al acólito los días que el padre oficiaba las misas.

Aunque la iglesia quedaba lejos de su casa, ella vivía por la colonia Anáhuac, por lo que con cierta premeditación comenzó a frecuentar la capilla. Siempre cerca del cura, pues deseaba que él la viera. Su plan resultó. Llegó el momento que la saludó de mano. Rosaura, sin soltársela, se la besó, le dijo que deseaba confesarse.

Ya en el confesionario, con voz melosa, en su “yo acuso”, le dijo que su pecado era que estaba enamorada de un hombre prohibido, y que además era mayor que ella; que entre más lo veía más lo deseaba.

El sacerdote le dijo que pensara en Dios, porque sus deseos eran insanos. También le preguntó si ese hombre era casado o se trataba de algún familiar.

Rosaura le respondió que no. Continuando con su plan, le dijo que ella tenía relaciones con su novio, pero que cuando estaba con él se imaginaba que era el hombre que tanto deseaba.

El sacerdote, un tanto intrigado, le preguntó que quién era. Rosaura por un instante calló y luego, sollozando, le dijo que ese hombre era él, que sabía que era pecado, pero que no podía apartarlo de su mente, que lo amaba.

Fingió que lloraba. Le dijo que no la rechazara, porque si lo hacía, prefería morir. Le insistió más y le prometió que callaría, que sería un secreto entre los dos.

El sacerdote trató de rechazarla. Ella le suplicó y le dijo que aunque fuera una sola vez, se vieran en otro lado solo para platicar, que necesitaba sentirlo cerca.

El sacerdote aceptó la propuesta y pensó que con una plática podría ayudarla a que recapacitara. Y se citaron.

Esa noche, él vestía ropas normales y lentes oscuros. Ella en su coche se miraba atractiva e insinuante.

No hubo palabras. Rosaura enfiló hacia la carretera a García. Luego de unos minutos ya estaban en la habitación de un motel. No había necesidad de palabras.

Rosaura, como la más experta de las mujeres, sedujo al clérigo, quien también cayó en la tentación.

Ambos quedaron atrapados. Nada se dijeron, no hacían falta las palabras, pero las citas continuaron. Rosaura disfrutaba su logro, al grado que prefería estar con su prohibida conquista, que con su novio.

Su relación ya no pudo terminar, pues entre más tiempo transcurría, la pasión más los absorbía.

Pero un noche cuando se dirigían a su nido de amor, él iba al volante. Ella se le acercó más y comenzó a acariciarlo. Le susurró al oído que le gustaba mucho. Él volteó a verla. En ese instante una potente luz los cegó.

Después un brutal golpe sacudió el auto. El sacerdote había invadido carril. Un tráiler los impactó de frente. El religioso murió prensado.

Rosaura fue rescatada casi en agonía, por lo cual permaneció varios meses internada en un hospital; quedó parapléjica.

Nadie supo sobre la verdad del accidente. Ni tampoco de su relación.

Rosaura, en su silla de ruedas, llora en silencio recordando los días felices y en el fondo, ella cree que el trágico final de su amasiato fue la penitencia por su pecado.

Accidente o castigo divino, lo cierto es que Rosaura ya no podrá seducir a los hombres, mucho menos a otro sacerdote. Más que deseo, inspira misericordia.

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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