Cada Viernes Santo, San Martín de Hidalgo se convierte en un santuario viviente. Más de 30 mil personas llegan hasta este municipio del suroeste de Jalisco para presenciar el Tendido de Cristos, una tradición centenaria que transforma los hogares en capillas, honra la memoria familiar y hace palpable la devoción a través de imágenes religiosas heredadas de generación en generación.
Ubicado a 95 kilómetros de Guadalajara, este municipio donde la producción de muebles y ladrillos da forma al sustento cotidiano, encuentra en el Tendido de Cristos su expresión más profunda de fe.
Declarado patrimonio cultural desde 2016, este rito popular reúne cada año no solo a fieles locales, sino también a visitantes de todo el país e incluso del extranjero, atraídos por la fuerza espiritual de una ceremonia que no se repite en ningún otro lugar del mundo. En total, son 65 los Cristos que se tienden en altares domésticos. Cada imagen es venerada como un símbolo de protección y milagros cumplidos.
“Somos un pueblo de mucha fe y se manifiesta en todo el proceso durante esta ceremonia. Es sorprendente cómo cada año viene la gente a agradecer un milagro recibido a través de estas imágenes” explicó José Manuel Rico, director de Cultura de San Martín.
El barrio de La Flecha alberga los Cristos más antiguos. Entre ellos, el Cristo de la Agonía, que desde hace más de 300 años ha pasado de mano en mano dentro de la misma familia.
“La mamá de mi abuelita se lo dejó a ella, mi abuelita a mi mamá, y mi mamá a mí”, relata don Sergio Ruíz, actual propietario. “El último varón lo tuvo como 60 años hasta que falleció hace cinco”.
En este contexto, “varones” no significa necesariamente hombres, sino padrinos encargados del cuidado ritual del Cristo: lo limpian con aceite o crema, le cambian el sendal —una prenda sagrada hecha especialmente para la ocasión— y preparan el altar donde será tendido. La familia lo presta a veces, pero siempre vuelve al linaje. Los milagros que dan vida a esta tradición siguen acumulándose. Maribel, también portadora de un Cristo, cuenta la historia de un niño que no podía caminar.
“Le dijeron a los papás que no iba a poder caminar… lo trajeron, lo tallaron con el Señor, y ahora ya camina, ya va a la escuela”, dice, mostrando la foto que los padres del niño dejaron como ofrenda.
La preparación comienza dos semanas antes, con la germinación de alpiste, trigo o maíz palomero, conocidos como “nacidos”, que simbolizan el deseo de buen temporal. Luego, los hogares se transforman: se cubren pisos con hojas de laurel, alfalfa y trébol, y se decoran muros con ramas de sabino, jaral y sauz.
En los altares no faltan las veladoras, las flores, el incienso, las naranjas agrias y las palomas habaneras que cantan como si también oraran.
El Jueves Santo se instalan los altares. Pero es hasta el Viernes Santo, a las 3 de la tarde —la hora simbólica de la muerte de Jesús—, cuando las puertas de los hogares se abren al público. Ahí, en el corazón íntimo de cada familia, los Cristos descansan tendidos mientras cientos de personas llegan a venerarlos, orar o simplemente observar en silencio.
MC