Ruth se levantó antes de las 5 de la mañana para alistarse y estar puntual a la cita: La visita a sus abuelos, cuyos restos descansan en el Panteón de Mezquitán, ubicado en el céntrico barrio del mismo nombre. Un camposanto abierto al servicio desde 1896 y partido en dos por una de las arterias viales más importantes de la ciudad.
Como decenas de familias, la de Ruth arribó el vecino mercado de las flores a comprar ramos de cempasúchil y cordón de obispo, que con sus tonos naranja y morado fueron llenando de colorido el paisaje blanquecino de las lápidas, y asomándose entra las siluetas de ángeles y cruces que coronan las tumbas y capillas de Mezquitán. Ella fue de las primeras personas en entrar, apenas se abrieron las puertas a las 8 de la mañana, dispuesta a pasar gran parte del día ocupada en la limpieza y el adorno de su altar.
Los altares se fueron multiplicando con el paso de las horas, convocando a los visitantes a admirar los más llamativos y a tomarles fotografías, como Antonio, quien ya tiene varios años que visita a sus muertos y luego recorre el cementerio buscando las mejores ofrendas para fotografiar, sin más ánimo que la admiración.
Una catrina enfundada en negro robó la mirada entre tantas otras mujeres que maquillaron su rostro y se disfrazaron del personaje de Posadas que legó en sus grabados. La muerte que caracterizó Ana María González Tejeda, fue para ir a visitar a su hijo, fallecido hace 18 años. Levantó el altar en su honor y repartió dulces de azúcar con formas alusivas a esta conmemoración del Día de Muertos.
En llamar la atención de los deudos también compitieron los vendedores de servicios funerarios, listos desde temprano para ofrecer sus paquetes –de 19 mil 900 a 14 mil pesos con abonos fáciles- y convencer a quien lograban enganchar a su paso, con un inquietante anzuelo: “¿Usted señor ya tiene servicio de previsión?”… “Es algo que alguna vez se va a necesitar”, “ahórrese la pena de perder a un ser querido y tener que resolver los trámites”.
Algunos repartían volantes a los transeúntes, otros pasaban en carritos que ayudan a la gente mayor a acercarse a las tumbas y evitar la caminata por la calzada principal del panteón. Niños y jóvenes aguadores también ofrecían cargar la cubeta para llenar los floreros, mientras las madres con el resto de la prole, bebés en brazo, esperaban sentadas bajo la sombra. Para todos hubo qué hacer.
Martha Vargas se quejó por enésima vez de la basura. Junto a la tumba familiar, que compraron sus padres ya fallecidos para enterrar a sus dos hermanas, mostró la maleza acumulada en un gran montón, que tuvo que limpiar con ayuda de otra familia. Dijo que era indigno tener el lugar tan sucio y que ya había levantado la misma queja en años anteriores, cuando acude a realizar el pago anual.
“¿Cuál operativo de limpieza? Nomás por encimita le dan”, aseguró Jaime señalando que el peor cochinero estaba en el ‘segundo’ panteón. Las quejas se perdieron entre el gentío que abarrotó el camposanto, entre las notas musicales que comenzaron a llenar el lugar con los recuerdos de los que ya se han ido. “Amor eterno y Ángel mío”, encabezan el top five de las más pedidas, aseguró José Villarreal, con una década de cantar al pie de las tumbas, junto a su compañero, ambos integrantes de un conjunto. “A 50 la pieza, barata como en la huerta”, ofreció.
A Feliciano le rodaron las lágrimas en los ojos, por la niña de su mujer, que él adoptó como suya y que yace en Mezquitán desde hace ocho años. “Si viera cómo era, tan alegre, tan ocurrente”. Cerca de ahí también reposan sus padres desde hace más de treinta.
El Día de Muertos cerró oficialmente a las seis de la tarde. Lo advirtió la comisión de Cementerios a través de un micrófono a lo largo de la jornada que convocó a miles. En Guadalajara se desplegó un importante operativo, con policías municipales, elementos de Protección Civil y Bomberos, Servicios Médicos y hasta brigadistas que ofrecían la vacuna contra la influenza para los vivos que quisieran aprovechar.
Entre las tumbas se perdió la música de un organillero. Y volvió a escucharse la del silencio.
SRN