Hace años que buscar a los hijos ausentes en México se ha convertido en un trabajo de tiempo completo. Lo sabe Mirna Nereida Medina Quiñónez, cuyo hijo Roberto fue desaparecido en 2013 por el crimen organizado en Sinaloa; dicha situación también la conoce Leticia Hidalgo, quien mantiene la esperanza de encontrar a Roy, secuestrado en Nuevo León en 2006.
Cuando su hijo desapareció, Mirna tomó palas, machetes y cualquier cosa que sirviera para escarbar la tierra y decidió salir a buscarlo. Fue hasta 2017 cuando encontró los restos de Roberto.
Lo hizo con la ayuda del colectivo Las Rastreadoras de El Fuerte, un grupo que ella creó y que incluye hoy a otras madres que buscan a sus hijos.
Fue fundado en 2014 y hasta ahora ha hallado 194 fosas clandestinas en el norte de Sinaloa.
“En estos años hemos logrado recuperar de la tierra más de 200 cuerpos y se han entregado más de 150; con este trabajo pudimos darle tranquilidad a esas familias”, dice en entrevista con MILENIO.
Mirna camina entre la maleza; escarba aquí y allá, sube el cerro y vuelve a remover la tierra. Se detiene ahí donde huele a podrido, sitio en el que puede estar alguna víctima.
Las Rastreadoras de El Fuerte son un colectivo que, dicen, no debería existir. Está formado por más de 500 mujeres del norte de Sinaloa que se han propuesto desafiar todo: autoridades, críticas de la sociedad y al mismo crimen organizado.
Mirna recuerda que en el momento de la desaparición de su hijo se encontró con unas autoridades indolentes, por lo que tuvo que hacer el trabajo de éstas: buscar a las víctimas.
“Eran unas autoridades insensibles, así que le prometí a mi hijo que iba a buscarlo hasta encontrarlo. Hoy estoy feliz de haberlo hecho, no completamente, pero alegre porque se ha reconocido la memoria de Roberto.
Hace unos días, Mirna y sus compañeras recibieron la medalla Agustina Ramírez, otorgada por el gobierno de Sinaloa.
El mandatario y el comité evaluador decidieron reconocer la lucha de estas mujeres que, al mismo tiempo, trabajan por una mejor sociedad y combaten la revictimización social, que juzga como delincuentes a los desaparecidos.
SECUESTRO EN NUEVO LEÓN
El secuestro y desaparición de Roy Rivera significó para su madre, Leticia Hidalgo, ver de frente la tragedia de la violencia que ya afectaba al país.
En enero de 2011 inició la travesía de complicaciones burocráticas y dolor que todavía continúa, una misión que, espera, ninguna otra persona tenga que repetir.
Primero se unió al movimiento del poeta Javier Sicilia, pero pronto conoció suficientes mujeres en esta situación y conformó el grupo Fuerzas Unidas por Nuestros Desaparecidos en Nuevo León.
La activista de 57 años recuerda cuando el procurador Roberto Flores Treviño, en el gobierno de Jaime Rodríguez Calderón, les dio a entender de manera burlona que no las consideraba mujeres cuerdas. Luego enfrentó un sistema dirigido mayoritariamente por hombres.
Al cuestionarle si cree que solo en una situación como la suya una persona puede unirse a la lucha, responde: “¿será la tragedia el único génesis de la conciencia social en el tema de los desaparecidos?”
Leticia cuenta cómo ahora se encuentra discutiendo temas que probablemente, en una situación distinta, no hubiera tocado jamás.
“Un modo de vida muy característico del regio de que no se involucra en otra cosa que no sea tu trabajo, justo para tener una vida holgada. Ahí es donde me di cuenta de que carecemos de mucho conocimiento, que es obligación de los ciudadanos conocer y exigir sus derechos”, dice.
En estos años de lucha, Leticia ha visto la creación de la Ley General contra las Desapariciones Forzadas, la Ley de Declaración de Ausencia, la Ley General de Víctimas, la Comisión Ejecutiva de Atención a Víctimas (federal y estatal) y la Fiscalía Especializada en Investigación de Personas Desaparecidas. Muchas de ellas impulsadas por las exigencias de la fundación que dirige.
“Roy tiene una familia que lo ama y hace todo lo posible para que regrese; nunca lo hemos dejado de buscar y lo encontraremos, así tenga que rascar la tierra con mis propias uñas”.