En esta rápida carrera hacia la 4T hoy ya no se habla de postmodernidad, término con el que se nos llenaba la boca hace cinco o seis años, nada más. Si no existe la modernidad, ni siquiera podemos hablar de algo posterior. No obstante, hemos de referirnos a ella, siguiendo a Agustín González Enciso (Valores burgueses y valores aristocráticos en el capitalismo moderno, número 78, Cuadernos Empresa y Humanismo, número 78) ya que, actualmente estamos precisamente ante la crisis definitiva de los valores de la modernidad, que parecen haberse evaporado.
Siguiendo al mismo autor, cuando la modernidad se acaba, se acaba en todos los campos, porque las culturas tienden a ser integradoras, todas tienden al pensamiento único, al dominio de los convencionalismos. En lo que se refiere a los valores económicos y empresariales también se ha cerrado la crisis postmoderna: los valores anteriores no sirven. ¿Por qué? ¿Porque hayan fracasado? No exactamente. En muchos campos el éxito es evidente; no así en otros, menos materiales. El fracaso, o más bien, la falta de vigencia se manifiesta en las limitaciones para conseguir lo que la modernidad propugnaba, la felicidad. Algunos son más ricos, pero somos infelices.
La capacidad de reacción -según González Enciso- a esta realidad ha sido pequeña, quizás porque la modernidad fue produciendo tales cambios, y a la vez tales conflictos, que los problemas fueron cambiando radicalmente, se modificaron algunas referencias y no siempre fue fácil dar con las soluciones. Ése ha sido uno de los problemas permanentes de casi todo el siglo XX, que ha aplicado medicinas antiguas a problemas nuevos. Darse cuenta de la realidad, o aceptar las ideas de quienes vieron lo que estaba pasando, está costando horrores, ya demasiado tiempo en una época en la que las comunicaciones se han revolucionado. Baste un ejemplo.
Los fenómenos que más tarde fueron llamados “revolución del management”, estaban ya claros en el primer tercio del siglo XXI ; de hecho, un autor como Peter Drucker, publicó entre 1939 y 1942 dos libros titulados The End of Economic Man y The Future of the Industrial Man en los que, además de los sugestivos títulos, se hablaba de que la sociedad se dirigía hacia una sociedad de organizaciones en la que habría que revisar los conceptos de jerarquía, función, ciudadanía y gobierno en las propias organizaciones. Como diría el autor en 1979, entonces se percibió “lo que ahora es casi un lugar común: que la corporación empresarial, o para el caso, cualquier organización, es una organización social, una comunidad y una sociedad, a la vez que un órgano económico”. Pues bien, esa “revolución del management” sigue en muchísimos casos pendiente y Drucker sigue siendo una lectura obligada, no para recordar lo antiguo, sino para aprender lo nuevo. El resultado es que nos encontramos con la paradoja de que en un momento de rápidos cambios, hemos de mirar, todavía, a cuestiones del pasado, ya conocidas en su teoría, pero no aplicadas a la nueva realidad. ¿Qué ha pasado para que, en cierto modo, se haya operado con tanta lentitud?
Evidentemente muchas cosas, pero una de ellas es que al potenciar los valores propios de la modernidad, que en última instancia han producido distintas formas de libertad y mucha riqueza material, se fueron dejando atrás también otros valores. Lo burgués -como síntesis de la modernidad- se afirmó de tal modo, y de tal manera rechazó lo “no burgués”, que el cambio resultó difícil. Si toda cultura es integradora, la modernidad no sólo tuvo que integrar los nuevos paradigmas de libertad y felicidad, sino que para hacerlo, tuvo que rechazar de plano los anteriores. Desde ese punto de vista, concluye González Enciso, el mal proviene del sentido de dualidad que produjo la cultura de la modernidad. Si la nueva libertad burguesa se oponía a la anterior falta de libertad de un régimen aristocrático, todos los valores que sustentaban éste deberían desaparecer por completo. Ese fue un gran error, porque el régimen aristocrático de la sociedad estamental encerraba valores que no le eran exclusivos y que podrían haberse mantenido en una nueva organización social. Pero muchos deseaban la revolución, y los cambios rápidos, ya se sabe, o son totales, o no lo son.
Los revolucionarios no suelen reconocer que en la sociedad las personas no cambian tan deprisa –cosa que la 4T y los empresarios también deberían tomar en consideración- y por tanto, de todos lados necesitamos un poco más de la virtud de la ciencia, la paciencia.
* Profesor Investigador de la Facultad de Negocios de la Universidad DeLaSalle Bajío