Me gusta mentir. No soy adicto, como los mitómanos. Pero la verdad es que distorsionar la realidad de los acontecimientos es algo que disfruto mucho.
Hay quienes aseguran que es pecado, yo les aseguro que es naturaleza humana.
Los magos mienten, los actores mienten, los escritores también…. Los políticos, bueno… ya sabemos.
A veces es por compasión. No necesita ser una gran mentira, solo es cambiar un poco los hechos, mover el tiempo, y gracias a esos pequeños ajustes hacen que no salga lastimada la gente de nuestro alrededor.
Le mienten los abuelos a sus nietos, le mienten las madres a sus hijos.
La gente le llama mentiras piadosas, para mi siguen siendo mentiras, de las buenas si se puede justificar.
Otras ocasiones es para ordenar mi realidad, es decir, ajustar detalles para justificarme a la hora de llegar tarde, o no llegar a un compromiso. Mi madre lo llamaba diplomacia.
Una mentira pensada, una mentira que a la hora de responderle a alguien le hará sentirse halagada o cómoda con mi falso comentario, pero amable.
Todos mentimos, incluso el que lo niegue está mintiendo, porque así aprendimos desde niños.
La mentira es una forma de supervivencia, muy básica, pero al fin y al cabo los niños que mienten desde más pequeños son aquellos que tienen más posibilidades de madurar más pronto y sobresalir de los demás.
Estoy seguro de que todos alrededor también lo hacen conmigo, mienten de una u otra forma, no siempre, pero más común de lo que creo.
Miento, los disfruto, y también disfruto sus mentiras, solo que ahora lo acepto.
¿Cuánto tiempo podré seguir así? No lo sé. La única certeza que tengo es de que probablemente algún día, tendré que mentir también para poder buscar un lugar en el Cielo.
