La Madre Tierra tiene sentimientos encontrados: sufre por ver el fallecimiento y el dolor de sus habitantes. El contagio de miles, los que están enfermos y los que no y otros que siguen agravándose. El mirar como el modelo productivista-consumista que domina las relaciones sociales de los cinco continentes, tanto en oriente como en occidente (pese a los indiscutibles adelantos, confort y progresos) no fue capaz de prever y erradicar los abusos y males que esas conductas alienadas en su dominancia e imposiciones, iban a causar y a cientos de miles y millones de seres humanos causando una de las más grandes calamidades de que tenga memoria, su propio devenir histórico.
Pero también siente la Madre Tierra, al mirar que algunos entornos y medios ambientes que han dejado de tener la presencia, labores, competencias y hasta paseos turísticos del hombre y la mujer en ciudades, ríos, canales, montañas, lagos, bosques y selvas, mares, estadios, circuitos, volcanes, playas han recuperado, en parte y poco a poco, restauraciones y arreglos en sus hábitats originales y formas de vida animal y primarias. Se diría que ha sido una sorpresa, más que inesperada.
Alienación viene de “Alienus: Otro”. Y es la construcción intelectual que encierra y significa la producción que el ser humano hace, material y espiritual, de sus satisfactores para cubrir sus necesidades por medio de un modo de hacerlo. Que, a su vez, establece unas derivadas relaciones de esa misma producción. Pero que, en el modo de producción capitalista, los productos que el hombre crea escapan a su control y dominio, se le revierten y se vuelven contra su intención original, dañándole y perjudicándole hasta llegar a hacerle su esclavo y su propia víctima. En el origen de la pandemia actual consideramos que está como causa: “La Alienación Capitalista”.
De ahí que el brasileño ex franciscano, ambientalista, defensor de los derechos humanos y luchador social, Leonardo Boff, afirme: “Nosotros estamos, pues(...),como aquella porción de la Tierra que, en un momento de alta complejidad, empezó a sentir, a pensar, a amar y a percibirse a sí misma como parte de un Todo mayor (...)Sucede que nosotros, olvidando que somos esa porción de la Tierra misma, comenzamos a saquear sus riquezas en el suelo, en el subsuelo, en el aire, en el mar, y en todos los niveles. Buscábamos realizar un arriesgado proyecto de acumular lo más posible bienes materiales para el disfrute humano, en realidad para el de un pequeño sector poderoso y ya rico de la humanidad”.
El desarrollo de la ciencia y de la técnica de hecho se ha orientado de cara a ese propósito. Pero atacando a la Tierra nos atacamos a nosotros mismos, que somos Tierra pensante. Y tan lejos ha llegado la codicia de este pequeño grupo voraz, que, actualmente, la Tierra se siente agotada, hasta el punto de haber sido afectados sus límites infranqueables. Es lo que técnicamente llamamos la Sobrecarga de la Tierra (the Earth overshoot): sacamos de ella más de lo que puede dar.
Actualmente ya no consigue reponer lo que le quitamos. Entonces, da señales de que está enferma, de que ha perdido su equilibrio dinámico, recalentándose, formando huracanes y terremotos, nevadas antes nunca vistas, sequías prolongadas e inundaciones devastadoras. Y más aún: ha liberado microorganismos como el sars, el ébola, el dengue, la chikungunya y ahora el coronavirus.
Son formas de vida de las más primitivas, casi al nivel de nanopartículas (...)Y pueden diezmar al ser más complejo que la Tierra ha producido y que es parte de ella misma, el ser humano, hombre y mujer, poco importa su nivel social.
Hasta ahora el coronavirus no puede ser destruido, sólo podemos impedirle propagarse. Pero ahí está, produciendo una desestabilización general en la sociedad, en la economía, en la política, en la salud, en las costumbres, en la escala de valores establecidos”. (Boff: Koinonia).
