¿Cuáles son los límites del poder que ejerce la sociedad en cada uno de nosotros? ¿Cuál es la raíz del rechazo a la ciencia, al cambio?
A la mayoría nos gusta pensar que tenemos control sobre nuestras vidas; incluso llegamos a autoengañarnos con la idea de que estamos al mando, hasta que algo sucede y nos recuerda que el mundo tiene sus propias reglas y que de no cumplirlas habrá consecuencias.
La estrella mundial de tenis Novak Djokovic intentó jugar con sus propias reglas y no le salió. El tenista serbio fue deportado de Australia y a su vez le fue cancelada la visa por no estar vacunado contra el covid 19. Entre los precios que tuvo que pagar, fue la oportunidad de conquistar su décimo triunfo en el abierto de Australia y romper el empate de 20 títulos “Grand Slam” ganados que hoy comparte con Nadal y Federer. ¡Claramente el deportista no estuvo a la altura fuera de la cancha!
Estamos hablando de un acontecimiento cuyas consecuencias se expanden a temas mediáticos al tratarse de un ícono mundial. Pero los invito a ir más lejos. El tenista intentó jugar a su manera; y aunque tanto él como todos nosotros aparentemente tenemos el derecho y la libertad de decidir vacunarnos o no, es preciso entender que esa libertad también tiene un límite si pensamos que cada decisión que tomemos afecta a los demás.
En este caso el derecho a la vida que cada uno de nosotros tiene y el ejercer las acciones necesarias para conservarla como sería el vacunarse.
Para Djokovic éste parecería no ser tema y así le fue.
Ante este nuevo escenario de la pandemia a nivel mundial y de las crisis del cambio climático cada vez es más evidente que no podemos anteponer el bienestar individual por encima del bien común; el virus no distingue ideologías ni estatus sociales, pero puede llegar a generar polarización y enormes conflictos en el mundo si no aprendemos a organizarnos de una mejor manera. Todo líder debe saberse parte de un equipo y en este caso será difícil saber cuántas vidas costará la necedad del tenista.
La reflexión colectiva gira alrededor de la salud, la enfermedad, la vida y la muerte. Nuestras acciones como seres humanos que formamos parte de una comunidad tiene impactos que van más allá de una conducta de salud, es también una actividad social.
¿Qué necesita el mundo de hoy de cada uno de nosotros? Sobre ello tenemos que reflexionar y decidir qué camino tomar. ¿Seremos víctimas de la tragedia o constructores de una mejor salida a partir de nuestro aprendizaje y flexibilidad?
La pandemia no es solo la causa, sino la consecuencia de algo más profundo, que nos esta obligando a cambiar. El movimiento antivacunas se ha convertido en un estandarte para defender creencias, actitudes, y cuestionar a la ciencia y a la misma vez como una forma de confrontar la intervención de los gobiernos que nos hacen sentir que perdemos libertad.
Vacunarse no sólo busca la protección individual, sino que debe verse también como un acto de solidaridad y de responsabilidad colectiva.
Te dicen, nos dicen, ¡tantas cosas!. Este inmenso bombardeo de información nos hace vulnerables y eso nos da miedo; en respuesta a ese miedo, muchas veces elegimos la confrontación, la negación, la resistencia como un escudo protector. De alguna manera comprendo el sentir de muchas personas, estamos cansados y con el cansancio mismo seguimos siendo parte de una erupción de enfermedades, muertes y dolor.
Desde el marco de referencia psicológico, se dice que informar y conocer no modifica la conducta, mientras que las experiencias en emociones e intuiciones llevan a las grandes transformaciones. Por ello creo que para poder seguir avanzando y trascendiendo esta etapa de la historia, es necesario no solo observar nuestras propias emociones sino también ser un observador generoso con los ojos de los otros. La cuestión trasciende lo legal-moral y dice mucho sobre la naturaleza de la sociedad en la que vivimos. No solo tenemos derechos, también obligaciones.
Cada respuesta tras la pandemia dependerá de los mecanismos que cada uno utilice para afrontar la vida en general. Y aunque hoy nos damos cuenta de que somos vulnerables, eso no significa que seamos impotentes.
La verdadera libertad es la conciencia de tener cierto poder sobre nuestra propia persona y a su vez la capacidad de participar activamente en el bienestar de los demás como parte de un coexistir.
Me viene a la mente el proverbio chino donde el discípulo le pregunta al maestro; ¿cuál es el secreto de tu serenidad?
El maestro responde: “coopero incondicionalmente con lo inevitable”.
Es un principio de realidad. Mirar la situación de frente y entender qué parte nos toca para enfrentar esta realidad.
¡Cooperación no significa resignación, sino aceptación!
Verónica Sánchez