Nos hacemos viejos todos los días y como país también. Si bien en el censo del Inegi del 2010 la población menor a 34 años era el 63%, en el 2020 bajó a 57%. Cada vez menos jóvenes, cada vez más adultos mayores arriba de 60 años; del 9% al 12% en 10 años. Por otro lado hay un incremento en la esperanza de vida a nivel mundial. Estas dos ideas sumadas, nos obliga a crear una nueva mirada hacia los retos de los adultos no tan jóvenes y los adultos mayores.
La ONU estima que la población crecerá 25% en los próximos 25 años, llevando el promedio de edad de 31 a 39. La edad promedio de los trabajadores hoy es de 42 y para el 2030 se prevé una quinta parte de los trabajadores serán mayores de 55 años. Todos vamos hacia ese adulto, que requerirá transformarse y dependerá de los demás.
Mientras reflexiono sobre los retos que enfrentamos los adultos, pienso en las bondades que nos regala la edad; lo que estamos buscando toda la vida, a uno mismo. Nos da tiempo, experiencia, fracasos, triunfos, amigos, aceptación y la sensación descrita por la escritora Anne Lamott: “Ahora quepo en mí”.
También el envejecer tiene sus desventajas, como la discriminación por edad (edadismo) y el volverse invisibles para ciertos mercados, familiares o gobierno. A diferencia de otros prejuicios, éste nos afectará a todos tarde o temprano. Por eso la importancia que sea un tema hablado y trabajado, ¿qué estamos haciendo para aprovechar la experiencia de los adultos mayores? ¿Cómo nos estamos preparando para cuidarlos?
No se puede pensar en programas de largo plazo, si lo primero no está resuelto como grupo; sus necesidades básicas como salud, cuidados y trabajo. Como decía Hopkins, asesor de Roosevelt: “La gente no come a largo plazo, come todos los días”.
Una nueva mirada, nos invita a no solo voltear a ver a los jóvenes. Necesitamos políticas públicas, a la altura de lo que ocurrirá en unos años, con el envejecimiento de nuestro país.
Pensamos en lo mucho que aportan los adultos a la fuerza laboral, lugar donde fácilmente podemos transformar su realidad, ya uno no tiene que probar nada y tiene todo que ofrecer: tiempo, sabiduría y compromiso.
Valeria Guerra