Cultura

Victoriano Huerta, El Incómodo

  • Vesperal
  • Victoriano Huerta, El Incómodo
  • Tomás de Híjar Ornelas

Si uno ve el autorretrato que Francis Bacon pintó en 1971 y ahora custodia el Centre Pompidou, de París, lo que tiene a la vista es, sobre un fondo opaco, los rasgos distorsionados de un rostro obtenido a base de brochazos rápidos y directos de la gama encarnada que con crudeza absoluta describen lo que todos procuramos esconder, la versión deforme de nuestro propio yo.

Al caer la tarde, con humildad hemos de aceptar cada uno que eso somos, claroscuro deforme, dato que parece ignorar el secretario de Cultura de la Ciudad de México, Alfonso Suárez del Real, que en uno más de los deslices de su equipo, hizo acompañar con un retrato de Francisco I. Madero un texto que pedía el de Victoriano Huerta, arguyendo que el militar golpista “no merece una fotografía en ninguna página de la historia”.

Nada justifica la felonía de cometió el último jalisciense (Colotlán, 1845) en ocupar la Presidencia de la república, cuando forzó la renuncia del Presidente Madero para suplantarlo y propiciar su muerte alevosa, pero tampoco el seguir convalidando como políticamente correcto referirse a él en los peores términos cien años después de estos hechos y menos valerse de la mancha que enloda la memoria del personaje para que un Secretario de Cultura se transforme en censor moral de la historia, pues además del ridículo, como lo fue en este caso, termina dando un pinchazo al inacabado y siempre endeble proceso democrático entre nosotros, pues si aplicamos los criterios del político morenista –del que hasta se dice que estudió historia–, tendríamos que encalar por indecorosos los frescos de la capilla Sixtina o cubrir los mosaicos de la basílica de Santa Sofía en Estambul ahora que esta vuelva a usarse como mezquita.

Y es que una visión simplista y maniquea del pasado convierte en impresentables a buena parte de los personajes de la historia, comenzando, en nuestro caso, con el propio Madero, que si como caudillo pudo remover un gobierno antidemocrático –que no corrupto–, de Porfirio Díaz, no fue capaz de encausar el destino del pueblo mexicano y sí abrir las compuertas a una era de movimientos armados de muy larga duración, y que ahora sus huesos yazgan en el mausoleo apoteósico del Monumento a la Revolución al lado de los de enemigos irreconciliables a los que articuló ser malquerientes de Huerta, es, al menos, irónico.

En efecto, allí están también los de quien maquinó el presidencialismo y el asesinato proditorio de Emiliano Zapata (Venustiano Carranza); los del caudillo atrabiliario que hizo matar Álvaro Obregón (Pancho Villa); los del Presidente que provocó la Guerra Cristera (Plutarco Elías Calles) y los de quien lo desterró de México (Lázaro Cárdenas) a su antiguo jefe, aunque granjeándose de él un reconocimiento: “Éste al menos no me mató”–.

Todos ellos, si a esas vamos, justificaron su proceder con idénticos argumentos y recursos a los empleados por Huerta, pero sin su preparación como militar de carrera, que le granjeó de Benito Juárez la frase “De los indios que se educan, como usted, la patria espera mucho” –, ni su energía para encabezar un gobierno que cavó su tumba por no doblegarse a los intereses de los Estados Unidos, evidenciados en la torva invasión yanqui al puerto de Veracruz en abril de 1914. La historia no juzga y condena, analiza. 

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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