Cultura

La barbarie en alza...

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  • Tomás de Híjar Ornelas

Sólo dos ciudades en México pueden presumir de mantener en uso edificios construidos como casas de gobiernos de los tiempos de la dominación española: el Nacional (antes de los Virreyes), que data de la segunda mitad del siglo XVI, y el de Jalisco (en su cuna de la Real Audiencia de la Nueva Galicia), de la segunda mitad del XVIII. En este último tuvieron lugar dos sucesos cruciales para el nacimiento de México: la promulgación del Decreto de abolición de la Esclavitud por cuenta de ‘Generalísimo de América’, Miguel Hidalgo, el 6 de diciembre de 1810, y la adhesión, bajo juramento, al Plan de Iguala, de todas las autoridades supremas y legítimas de la Nueva Galicia –como se denominaba lo que tres años más tarde se convertirá en el Estado de Jalisco–, o sea a la Diputación Provincial de Guadalajara, la Audiencia del Distrito, el Cabildo Eclesiástico, el Ayuntamiento tapatío, la Universidad, el Tribunal del Consulado, los jefes y empleados de la Hacienda Pública, los Prelados regulares y los demás empleados civiles, acto jurídico con el que comenzó de forma irreversible la consumación de la independencia de lo que hoy es México. Es una ironía, pues, que estando para cumplirse 199 años del suceso este 14 de junio del 2020, que es como decir, la cuenta regresiva para el bicentenario de la Independencia, que comenzó por acá, la tarde del 4 de junio del año en curso la fachada de un monumento consagrado por la historia, la cultura y el arte, el más venerable en el ámbito cívico, se transformara en algo peor que los muros de la más nauseabunda letrina pública gracias a las pintas de una pandilla de facinerosos infiltrados en el contingente de una manifestación pública en repudio a una tropelía reciente, el presunto asesinato de un civil a manos de agentes del orden público en el municipio de Ixtlahuacán de los Membrillos. Que eso ocurriera merced a la absoluta falta de providencias para evitarlo sólo nos deja un ligero consuelo: que los vándalos, pudiendo haberlo hecho, no pintarrajearan la obra colosal del supremo muralista José Clemente Orozco en el cubo de su monumental escalera, cuyos temas llevan títulos por demás sugestivos para lo que venimos describiendo: ‘Las fuerzas tenebrosas’, ‘Luchas fratricidas’, ‘Hidalgo’, ‘Las víctimas’ y ‘El circo contemporáneo’. Sin tener aún un cálculo somero de los daños –algunos irreversibles, como la destrucción absoluta de los emplomados centenarios que hizo la Casa Pellandini en 1910, y las antiguas puertas de madera tallada– y su restauración, necesitamos al menos una explicación satisfactoria por la falta de seguridad y protección del inmueble y el eco que del acto hubo dos días después también con acciones barbáricas en contra del patrimonio, ahora con pintas en los muros del Sagrario Metropolitano, para calcular al menos qué sigue por esta ruta de brutalidad y violencia. Ante cosas así, parafraseando a Cicerón, uno se pregunta: ¿A quién beneficia la aniquilación del patrimonio y la exhibición mundial de acciones tan absurdas? De entrada, a la estupidez y la indolencia, ¿o qué? 

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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