Severino Salazar (1947-2005), un escritor injustamente marginado de las letras mexicanas pero cuyo legado literario ha salvado de forma ejemplar y abnegada la mancuerna Alberto Paredes - Juan Pablos Editor en la colección Obra reunida (2012), imprescindible para los amantes de las letras mexicanas, se malquistó en su patria chica, Tepetongo, Zacatecas (municipio donde él afirma vino al mundo Ramón López Velarde, el vate que de lo muchísimo que publicó en su corta vida jamás dejó en letra impresa la palabra ‘Tepetongo’), por evocar en sus textos la renegrida memoria de un miliciano que él conoció en persona y por tradición oral, el General de División Anacleto López Morales (1894-1970), matarife que aprovechándose de la “bola” medró hasta que el tiempo se lo permitió, desde su guarida, la Hacienda de Víboras, de la indefensión, pasividad e indolencia de los comarcanos, como un paradigma de lo que la “Revolución” institucionalizada hizo para que ahora seamos lo que somos: una cultura antidemocrática.
Y bien, al General López le cupo el dudoso honor, el 25 de mayo de 1927 –se acaban de cumplir 93 años–, de haberle dado la palma del martirio en el patio de la Presidencia Municipal de Colotlán a un adalid de la acción social entre los desvalidos, al párroco de Totatiche, Cristóbal Magallanes, y a su joven vicario y prefecto del plantel levítico establecido en ese lugar, el teulense Agustín Caloca Cortés, al tiempo que los hizo fusilar sólo por la satisfacción de hacerlo.
Sepultaba el autoritarismo sanguinario un proceso que sin la menor pizca apologética ha desatado un tapatío e investigador hasta el tuétano de la Universidad de Guadalajara, el doctor Eduardo Camacho Mercado, en su libro Frente al hambre y al obús: Iglesia y feligresía en Totatiche y el Cañón de Bolaños, 1876-1926 (2014), su tesis doctoral que un año antes fue acreedora del codiciado premio Francisco Javier Clavijero, de Historia y Etnohistoria, del INAH, en la que demuestra cómo sí es posible hacer muchísimo con casi nada si se parte de la base de todo el tejido social, la dignidad humana, que Magallanes (quien se ordenó presbítero al lado de Alfredo R. Placencia, Pascual Díaz Barreto, Miguel M. de la Mora y Antonio Correa) promovió cuanto le fue posible en la zona menos favorecida por la geografía, la naturaleza y las circunstancias…
Recuerdo este aniversario por lo paradójico que sigue siendo en la tierra del tequila y del mariachi armonizar las raíces de una historia compartida –la de la persecución religiosa en México– con asuntos tan distantes y distintos como el asesinato del arzobispo de Guadalajara Juan Jesús Posadas Ocampo el 24 de mayo de 1993, justo al cumplirse un año de la beatificación de Cristóbal Magallanes y los modos y formas en las que ha devenido la construcción de un santuario en memoria suya y de sus compañeros en el cerro del Tesoro, del municipio de San Pedro Tlaquepaque.
Ante lo incierto de lo que venga esperemos, a modo de consuelo, que se cumpla la petición del autor de la Suave patria: “Te dará, frente al hambre y al obús, / un higo San Felipe de Jesús”.