La mañana del 7 de agosto del 2021, al pie de la escultura que perpetúa su memoria en el Jardín de los Jaliscienses Ilustres y el filo del Paseo que lleva su nombre, convocados por el Presidente Municipal Interino de Guadalajara, don Eduardo Fabián Martínez Lomelí, tuvo lugar una Guardia de Honor en la que tomaron parte, al lado de las y los regidores que pudieron congregarse, algunos otros representantes de la vida social y cultural de Guadalajara, entre ellos el destacado pintor Jorge Monroy, llevando consigo un boceto para lo que se aspira sea un mural de muy generosas dimensiones que bajo la técnica del mosaico ilumine el muro que hoy cierra al poniente el lugar donde se alzó hasta 1860 el templo de Nuestra Señora del Rosario, del convento de ese nombre que tuvo en la capital de Jalisco la Orden de Predicadores.
A impulso de la Fundación Paseo Fray Antonio Alcalde, el proyecto pretende darle vida a un sueño que tuvo Agustín Yáñez y dejó en letras de molde, a propósito del Genio de la Caridad, apodo que en su tiempo le dieron los entusiastas tapatíos que celebraron con un fasto insólito ayer y hoy el primer centenario luctuoso del mayor benefactor de Guadalajara y su dilatadísima comarca, que en tiempos de su gestión episcopal, recordó otro de los oradores de la ceremonia, el Secretario General de Gobierno, Enrique Ibarra Pedroza, quien hizo énfasis en la insólita cantidad de recursos de los que dispuso el dominico en su tiempo, un millón trescientos cincuenta mil pesos, que en el nuestro sería más de tres mil quinientos millones, para atrincherar esta capital de los ingredientes de humanismo y humanitarismo que la convirtieron, dijo citando al primer biógrafo del cigalés, Mariano Otero, en tan sólo 20 años en la segunda ciudad en importancia en la Nueva España, cuando al tiempo del arribo del obispo, hace 250 años, ocupaba el décimo segundo lugar…
El boceto de Jorge Monroy, decimos, recupera la visión del grandísimo alcaldeano que fue Agustín Yáñez, que vino al mundo en el barrio del Santuario, acunándose en una vivienda edificada donde antes estuvo alguna de las legendarias vecindades del Fraile, las ‘cuadritas’.
Él está de pie y en primer plano. Su hábito, cuajado de exvotos. A su diestra, evocaciones de sus obras, tangibles sobre todo en el viento norte de la pequeña Guadalajara de entonces: las apenas aludidas viviendas populares, el nosocomio más grande de América hasta entonces construido, el de Belén, con su jardín botánico, su escuela de medicina y su cementerio aledaño, el primero suburbano por acá; la siniestra se extiende a un menesteroso y aun a un grupo de náufragos del valle de lágrimas que atendió, en tiempos de pandemia, con una largueza proverbial, el dominico, como para librarlos de un dragón de cuatro cabezas: el desempleo, la usura, el hambre y la avaricia. Nimba al benefactor una aurora boreal y aletea, como para posarse en sus hombros, una paloma con cabeza de búho, que en palabras del escritor, “simboliza a la Universidad de Guadalajara, cuya fundación decidieron las instancias del Prelado, quien la dotó, pero no pudo inaugurarla”.
Que veamos realizada esta obra y que se inaugure hacia el 14 de diciembre del año en curso, cuando se cumpla el aniversario redondo del modelo de gestión pública transparente y visionaria, bajo un estilo de vida de congruente y virtuosa sobriedad no será imposible si los beneficiarios de su legado hacemos lo que nos toca para mostrar –y a ello se comprometió don Eduardo Martínez Lomelí–, al respecto, reconocimiento y gratitud a nuestro máximo benefactor.