Al tiempo que la capital de Jalisco celebra el aniversario 479 de su cuarta y definitiva fundación, el Ayuntamiento tapatío ha reubicado en la Plaza de los Fundadores la escultura de uno de los caudillos cuyas huestes a punto estuvieron de borrar del mapa la tercera Guadalajara, la de Tacotlán, en 1541. Se trata de Francisco Tenamaztle, término náhuatl que significa soporte trípode de piedra, fogón, pues, y al que posteridad recuerda por su participación en la guerra que a punto estuvo de colapsar, entre 1540 y 42, el Reino de la Nueva Galicia, la del Mixtón.
Empero, el modo astuto al que recurrió para acogerse al asilo eclesiástico en el convento de Juchipila y obtener allí la protección del obispo Pedro Gómez Maraver, su estancia en la Corte –entonces en Valladolid–, donde tuvo como abogado nada menos que al ‘Procurador o protector universal de todos los indios de las Indias’ hispánicas, Fray Bartolomé de las Casas, y el modo como expuso en el Tribunal las tropelías de muchos que por tener indios encomendados recibieron ese título, ‘encomenderos’ –como lo fue el propio Las Casas hasta antes de tomar el hábito de los dominicos–, no hacen de él un héroe convencional.
En efecto, visto a corta distancia nuestro Tenamaztle abandonó su causa para salvar la vida y acogerse a la tutela de las instituciones eclesiásticas y civiles; empero, lo que a la postre produjo su comparecencia ante el Rey Felipe II fue la tutela jurídica de las culturas originarias, con lo cual no le viene holgado el rango de “primer guerrillero de América” y primer “defensor de los derechos humanos” que le reconoce el filósofo e historiador Miguel de León Portilla.
Muy pocos saben que en el proyecto original de la Plaza de los Fundadores, en 1981, debían quedar de frente el que fue Señor de Nochistlán y el Encomendero del mismo sitio y primer alcalde tapatío, Miguel de Ibarra, quien le dio a Francisco la vara de justicia, según lo descubrió hace muy poco el Lic. Claudio Jiménez Vizcarra. Pero no faltó quien dijera que la presencia del caudillo cazcán allí produciría confusión, pues no fue fundador sino malqueriente de Guadalajara, sólo que ya con la escultura hecha se le buscó otro acomodó, primero en el Parque Alcalde y después en el Jardín de San Sebastián de Analco.
Hace poco, quienes hicieron el hallazgo de la constancia de la muerte de Francisco Tenamaztle, acaecida en Valladolid el 5 de octubre de 1556, la Dra. Rosa Yáñez y el Lic. Álvaro Torres Nila, hicieron ante su escultura una guardia de honor y una ofrenda floral ese día del 2020, en la que sólo ellos tomaron parte aunque la invitación fue pública y copiosa y pudieron enterarse de ella los que ahora lamentan la reubicación del personaje al lugar para el que fue diseñado, no para el que se le desterró.
¿Quién ocupará el pedestal que dejó vacío Tenamaztle? ¿Tal vez el defensor de los indios y fundador del pueblo de Analco, Fray Antonio de Segovia? Propongamos que así sea.