No se cumple un mes de haberle endilgado el duro adjetivo ‘feminazi’ a esta columna cuando me veo en la penosa circunstancia de usarlo de nuevo al calor de una profanación –más que fechoría–, consumada el pasado 16 de octubre frente a la rectoría de la Universidad de Guadalajara por un pequeño grupo de mujeres autodenominadas Feministas Autónomas, las cuales, luego que recorrer a pie la distancia que va de las instalaciones del Centro Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades al aludido espacio, apelando a divisa similar a la usada hace unas semanas en la Rotonda de los Hombres Ilustres, “Te importa más un monumento que la vida de una mujer”, externaron su rabia manchando con pintas la base del pedestal de Fray Antonio Alcalde y transformando su escultura en un tendedero mugriento para luego pegarle fuego a la base.
¿Qué alentó esta conducta? La reinstalación de un profesor universitario que fue cesado temporalmente de sus funciones pero al que luego se le reubicó en otra plaza.
Apenas lo supo, quien más conoce del legado cultural de los dominicos en Guadalajara y académica de la UdeG, nos compartió a los contactos de su chat dos textos: “Si [las manifestantes] conocieran un poco de historia, sabrían que este señor trabajó a favor de las mujeres, para sacarlas de la ignorancia, la pobreza y la enfermedad”. “Si hay alguien que no merece que le prendan fuego para ser destruido, es precisamente fray Antonio Alcalde. #estoytantriste porque con esto, algunas desvirtúan un movimiento justo”.
Como universitario, coincido absolutamente con lo expuesto: enarbolar una causa tan justa como lo es que ninguna mujer sólo por serlo sufra violencia machista de nadie y menos de un profesor implica también que ninguna mujer, escudándose en eso, violente y destruya la casa común y queme en la hoguera de su indignación al que dotó a Guadalajara con educación superior pública y gratuita, y que injuriando en su efigie a quien más hizo en su tiempo a favor de la defensa integral de la dignidad humana en Guadalajara y su comarca no pasa de ser un arañazo de violencia del tamaño de lo que pretenden repudiar las manifestantes.
En el año 2021 se cumplirán 250 del arribo a esta capital del obispo Alcalde. Tenía 70 años y achaques de salud derivados de su austerísimo régimen de su vida, de pobreza extrema, pero con un espíritu más que emprendedor y jovial, pues gastó los restantes 20 años restantes de ella en conjuntar las voluntades de todos los componentes de la sociedad de su tiempo para ofrecer a los desvalidos casa, educación, trabajo, salud y dignidad.
Si el acto que convirtió en estercolero de ira la escultura de Fray Antonio Alcalde nos da pie en el 2021 para desagraviarlo imitando su compromiso para promover la paz en la justicia, lo aquí descrito no será una raya más al tigre sino la mejor ocasión para valorar su legado y seguir su ejemplo: construir, que no ideologizar para destruir.