La música no es sólo el arte más joven,
sino tal vez el único cuyo ejercicio,
si ha de ser eficaz, que exige
una completa juventud de espíritu.
Manuel de Falla
(La Gaceta Literaria, 1929
La longeva y fecunda vida del compositor, músico y pedagogo michoacano Domingo Lobato Bañales se apagó en la capital de Jalisco el 5 de noviembre del 2012, 92 años después de su nacimiento en la de Michoacán, el 4 de agosto de 1920. Se está cumpliendo, pues, su primer centenario natalicio en circunstancias que en otro lugar habría sonado –nunca mejor usado el término– mucho, toda vez que el talento de Lobato maduró y alcanzó su plenitud en Guadalajara, donde vivió los 65 últimos años de su existencia, derramando desde allí su magisterio a favor de todos los que bajo su batuta alcanzaron destreza y sensibilidad.
Dos fueron los ejes de sus composiciones: la música sacra, a la que conoció a la edad de seis años, al integrarse a un coro infantil, del que pasó a la Escuela de Música Sacra, apenas fundada por Miguel Bernal Jiménez, quien lo recomendó para formar parte del afamadísimo Coro de Niños de la Catedral de Morelia y para que fuera de los becados para cursar estudios superiores en esa disciplina más allá del Atlántico y, finalmente, para sumarse al cuerpo docente de la recién creada Escuela Superior Diocesana de Música Sagrada de Guadalajara, de la que formará parte hasta el final de sus días.
Ya en la que será su residencia definitiva, sin apartarse jamás de sus propósitos y con una seriedad absoluta y una disciplina espartana, se dedicó a lo suyo sin fisuras: componer, interpretar, enseñar y dirigir la educación musical, dejándonos entre música sacra, sinfónica, de cámara, coral y ballet, un legado rico y mal explorado. Se cuenta entre los fundadores de la Escuela de Música de la Universidad de Guadalajara, de la que fue director, sin separarse de la de Música Sacra, donde conservó hasta su muerte la cátedra de composición.
Condecorado con el Premio Nacional de Magisterio en Composición y el Premio Jalisco en Música (1958), destacó también como director de Orquesta Sinfónica y Coros. Dejó inconclusa una tarea que asumió tal vez por obediencia: la de catalogar el riquísimo archivo musical catedralicio tapatío –que incluía partituras originales de los siglos XVI al XX–. Algo hizo al respecto, pero sin los recursos, la capacitación y el tiempo para ello, el archivo se quedó embodegado en la Escuela de Música Sacra, de donde regresó a la Catedral muchos años después, sin que tengamos noticia de qué pasó exactamente con él…
Ahora, al cumplirse un siglo de su nacimiento, y teniendo en custodia su hijo Domingo Lobato Camargo su archivo musical, con obras que abarcan su incursión en el impresionismo musical, en el nacionalista y en el ecléctico, sería el momento de catalogarlo y darlo a conocer, haciéndole justicia a quien durante su vida hizo honor a su condición de músico, artista y formador de generaciones.
A ello contribuirá mucho la Secretaría de Cultura de Jalisco si inicia ahora un muy necesario archivo digital con las obras de compositores que nacieron o produjeron en esta entidad. Ojalá ocurra eso.