El 14 de junio del 2021 se cumplen 200 años del nacimiento de México separado de España, bajo la modalidad de Imperio Mexicano, al tiempo que la Diputación Provincial de Guadalajara, jurisdicción que entonces comprendía lo que hoy son los estados de Jalisco, Zacatecas, Aguascalientes, Nayarit, parte de Sinaloa y de San Luis Potosí, abrazó, bajo juramento, la causa de la emancipación absoluta del trono español en los términos propuestos por el Plan de Iguala, que lanzó en Iguala el coronel Agustín de Iturbide el 24 de febrero de 1821, luego de negociar la adhesión del caudillo Vicente Guerrero, el más empecinado defensor de la insurgencia desde la ventaja de su apellido, es decir, desde la guerra de guerrillas.
Fue el nuestro el territorio que comenzó su vida emancipada sin fisuras y con buenos augurios para esa causa, y con muchas semanas de anticipación a lo que se consumó hasta el 28 de septiembre siguiente, al tiempo de firmarse el Acta de la Independencia en la ciudad de México.
Relevante resulta por ello que en ese marco se halla sostenido, en el Palacio de Gobierno de Jalisco, los días 11 y 12 de junio del año que corre un coloquio académico dedicado a ese tema en el que se abordaron aspectos poco o nada analizados aún, a pesar del tiempo transcurrido y las muchas ventajas que ahora tenemos para hacerlo.
En ese ámbito y foro se abordó sin ambages el caso de Agustín de Iturbide como Padre de la Patria y la deuda inmensa que le seguimos debiendo a quien se echó a cuestas una tarea que en otras manos hubiera tenido un desarrollo distinto, pues ni quiso seguir las huellas, pudiendo hacerlo, de dictadores tan sombríos como José Gaspar Rodríguez de Francia en el Paraguay o tan enquistados como Juan Manuel de Rosas en Argentina, y menos aún las de parodias tan grotescas del antiguo régimen como la que encabezó en Haití Henri Christophe, y sí seguir los pasos que llevaron al ostracismo y al exilio, aunque no con tan mala estrella y sí con la reivindicación del tiempo, a Simón Bolívar y a José de San Martín.
Durante su turno en la tribuna los doctores Jaime Olveda, Fabián Acosta y Susy Ramírez y el licenciado José Antonio Jiménez expusieron de forma clara, objetiva y contundente las aristas que le siguen negando a Iturbide el reconocimiento público ni siquiera en este momento –o menos aún en él–, del rango que si alcanzó su visión para evitar que fragmentara en repúblicas bananeras la perla negra de Hispanoamérica que para el trono ibérico fue la Nueva España y sus dilatadas jurisdicciones civiles y eclesiásticas.
Ahora bien, más allá de lo que esto implica como gravoso acto de lesiva injusticia y lo que suponga perder la ocasión de darle el crédito que merece al que jueces inmisericordes y tardíos como Antonio Díaz Soto y Gama, ardoroso promotor de la remoción del nombre del Libertador del Muro de Honor del Congreso de la Unión en 1921, que entre el 14 de junio y el 28 de septiembre del año en curso se abran ocasiones para revisar capítulos tan amargos como el que costó la vida en la forma que se produjo a quien sí consumó la independencia desde la negociación armónica, los acuerdos y el consenso, más allá de la ambivalencia que pudo pesar en su ánimo, es una ocasión todavía oportuna y nada desdeñable que bien podemos seguir cultivando en los meses cortos que nos separan todavía del bicentenario de la Independencia de México.
Tomás de Híjar Ornelas