La falta de políticas públicas en torno al coleccionismo ha propiciado que México no consiga servirse de una cantera que en muchos países ha fomentado el resguardo de acervos que de otra forma se habrían perdido. Los chinos coleccionaban antigüedades hace tres mil años; los griegos y los romanos hicieron otro tanto con objetos de Oriente, y de Egipto hace dos mil; los italianos se volcaron hace 500 sobre los vestigios del Imperio romano, los ingleses desmantelaron los tesoros del mundo antiguo de todas partes a partir del siglo XVIII; siguiendo sus huellas, los estadounidenses conservando el principal mercado para los coleccionistas de todo lo habido y por haber, que ahora, gracias a los medios electrónicos, pueden adquirirlo todo. Los alemanes, durante la Segunda Guerra Mundial hicieron lo propio valiéndose del saqueo más brutal.
Esas es la cara impresentable del coleccionismo: la depredación. La visible es el rescate de objetos que presentados de forma ordenada abren ámbitos inagotables a la investigación. La colección del canónigo Juan Rodríguez de León Pinelo, en el siglo XVII armó en la catedral de Puebla la exquisita capilla del Ochavo. José Luis Bello y Zetina y su sobrino del mismo nombre, González en su segundo apellido legaron a esa ciudad sus invaluables colecciones hace menos de un siglo, como luego lo hizo, siguiendo sus huellas, mucho después, el acaudalado banquero Manuel Espinosa Yglesias. La Ciudad de México tiene los antecedentes de Franz Mayer, Carlos Slim y últimamente de Carlos Monsiváis.
En Guadalajara los coleccionistas no son pocos, pero no han tenido estímulos para armar acervos perenes. El coleccionismo institucional tampoco ha cuajado. Durante el copioso saqueo a los conventos, en 1914, Juan (Ixca) Farías formó el Museo del Estado. Empero, de lo que había antes de la gestión de 28 años de José Guadalupe Zuno Hernández y de lo que quedó después no se conserva un solo testimonio escrito y luego, con la administración del INAH, la situación no ha mejorado sustancialmente en lo que al lote que queda respecta. La Casa Museo López Portillo terminó siendo un intento malogrado. El Museo de la Ciudad quedó maltrecho sin el muestrariode objetos que formó don Javier Torres Ladrón de Guevara, su creador. Hace poco, en marzo del año que corre, quedó constancia de lo dicho en el marco del escándalo que suscitaron las adquisiciones para la colección Pueblo de Jalisco del Instituto Cultural Cabañas. Un caso feliz lo ha sido el museo virtual del licenciado Claudio Jiménez Vizcarra.
Urge que en la capital de Jalisco se promueva la salvaguarda de uno de los capítulos más enjundiosos del patrimonio, como son las colecciones privadas. Para ello es indispensable que alguna instancia con autoridad moral para ello convoque a representantes de tres sectores, el de los especialistas en la materia tema (en historia del arte, en museografía y curaduría), el de los conservadores y restauradores y el de los peritos en leyes patrimoniales, con el sólo propósito de inducir la apertura de cauces nuevos y diversos para quienes por diversos motivos han acumulado objetos interesantes para la posteridad.