Cultura

28 de septiembre, una fecha incomoda

  • Vesperal
  • 28 de septiembre, una fecha incomoda
  • Tomás de Híjar Ornelas

Que el hecho jurídico mediante el cual se consumó la independencia de México, la firma del Acta de la Independencia del Imperio Mexicano el 28 de septiembre de 1821, siga siendo por acá una fecha incómoda en las celebraciones de nuestro calendario cívico a 199 años de distancia, tiene una sola explicación: la carga ideológica impuesta al mismo por sus creadores liberales para sobreponerse a sus malquerientes conservadores.

Y es que darle su lugar y el reconocimiento al día de la Independencia y no al de uno de sus inicios, el 16 de septiembre de 1810, implicaría, entre otras cosas, sacar del limbo en el que yace la memoria de Agustín de Iturbide, reconocerle, sin exaltarlo ni echarlo a la hoguera, el papel que tuvo en ese proceso y admitir que su fusilamiento en Padilla, Tamaulipas, el 19 de julio de 1824, se redujo a un ajuste de cuentas y una zurrapa de sangre para quienes lo consumaron y para quienes lo hicieron posible, los Diputados del Congreso –al que Iturbide, como Emperador, suprimió– que le impusieron esa condena sin un proceso judicial de por medio.

A dos siglos de distancia seguimos atorados en ese batidillo de pasiones que desató el nacimiento de nuestro país, sólo que ahora, además, nos hallamos hundidos en una letrina de corruptelas que parece no tener fondo.

Propongo aquí una explicación sumaria a ese círculo vicioso en tres actos: antes, durante y después de la fragmentación de Hispanoamérica y del ascenso del capitalismo que ninguna nación representa mejor hasta hoy que la Unión Americana.

El antes lo marcan la Revolución estadounidense (1783) y la francesa (1789), que es como decir la caída del antiguo régimen y el ascenso de la burguesía, que sacralizará la razón y la ley bajo los principios de “libertad, igualdad y fraternidad”, ante las comunidades de cultura católica frente a la ruptura –por inoperante y caduca– de la mancuerna altar-trono.

El durante es el grandísimo favor que a la causa burguesa dio un caudillo absoluto, Napoleón Bonaparte, brindando al Imperio británico la oportunidad de expandir sin freno ni tropiezo por el mundo un proyecto de colonialismo cancerígeno y esencialmente voraz, el capitalista.

El después, la (des)composición en grupos, partidos y lealtades diminutas de la clase rectora del México emancipado, hasta constituir dos bandos que puestos en los platos de la balanza pesan lo mismo: el liberal y el conservador, pues a la postre no pasan de ser sino dos versiones de la misma tonada: la incapacidad para alcanzar el bien común con la educación integral, la de la mente y la del espíritu: pensamiento crítico y democracia, honestidad y sentido de pertenencia.

Y resulta increíble que sigamos atorados aquí –o cada día más hundidos–, a la vuelta del bicentenario de la Independencia de México (agregarle lo de “consumación” no pasa de ser un eufemismo innecesario); podríamos intentar desatarlo ahora que comenzamos su cuenta regresiva con algunas propuestas de revisión objetiva, no como la que en hace un siglo tuvo el gobierno de Álvaro Obregón en igualdad de circunstancias: retirar el nombre de Agustín de Iturbide del muro del Congreso de la Unión y acuñar la moneda de más alta denominación entonces y ahora por acá, el Centenario.

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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