Modificar las leyes pocas veces cambia la realidad. Forzar cualquier cambio en la sociedad por la vía de las reformas en el papel no logra llegar a la raíz de los vicios o inercias arrastradas desde siempre. Ayuda, pero también revela que se requiere sacudir muchos frentes más todo el tiempo.
Me refiero a las leyes que obligan a los partidos políticos a registrar a igual número de hombres y mujeres en sus candidaturas. Así lo hicieron los 11 partidos políticos que contendieron en las pasadas elecciones municipales de Hidalgo pero, al concluir el proceso, queda evidencia de que solo ganaron 14 mujeres de 84 municipios en competencia; solo el 16.6 por ciento. La política debe refrescarse con el arribo constante de mujeres; es útil, saludable, imprescindible. Pero no va a suceder solo con buena voluntad y leyes nuevas. Si la conducción política será responsabilidad de ambos géneros, entonces la sociedad completa debe comprometerse en ello. En octubre pasado, el elector hidalguense no encontró opciones equilibradas en la boleta; encontró paridad, pero, por desgracia no viabilidad en las opciones femeninas: así lo demuestra que el 83.4 de los votos se dieran a los hombres.
Dolerse de este desequilibrio resulta condescendiente y ahonda el daño. El reto inmediato de las mujeres tocadas por la política será elevar sus competencias. Al analizar cada una de las 14 mujeres ganadoras en sus municipios se observa de inmediato experiencia, preparación y una carrera de muchos kilómetros (no dije años); ninguna de las 14 es improvisada y su triunfo no sorprende. Ahora que hay más mujeres en la política se escucha un término preocupante: “Violencia política contra las mujeres”. Es inadmisible. Escribiré de ello la próxima semana.