A veces, la modernidad aterriza con estruendo. No como una solución, sino como un artefacto caído del cielo, brillante, ajeno, impasible. En un lugar donde los feminicidios conviven con discursos huecos y las desapariciones se amontonan como cajas sin abrir, aparecen tres vehículos con silueta de videojuego para vigilar no se sabe qué. Blindados, eléctricos, triangulares. No son patrullas sino Batipatrullas. Naves. Cybertrucks. Conectadas a satélites. Enchufadas a la fantasía.
Se presentan como si fueran la cura. Que lleguen los cárteles, las extorsiones, los cuerpos en bolsas negras. Aquí tenemos las Cybermáquinas. Casi medio hospital se podría construir con el valor de una sola. El precio de la renta por tres años sería de 275 millones de pesos. Algunos lo niegan. Otros lo multiplican. Nadie lo explica. No están solas: forman parte de una flotilla de cientos de nuevas patrullas, y entre todas, estas tres Batipatrullas —eléctricas, triangulares, de diseño futurista— brillan como joyas en un escaparate de delirio.
Se celebra el futuro mientras los policías siguen comprando botas con su sueldo. Algunos gritan que es un exceso. Otros, que es otra farsa. Pero el espectáculo sigue. Esto no es un operativo: es una pasarela.
Las Batipatrullas no sirven para perseguir criminales. Sirven para hipnotizar. Funcionan mejor en la mente del votante que en la escena del crimen. Los niños las coleccionan en miniatura. Los adultos las contemplan como un chiste. La urgencia no es operar: es parecer.
Uno se ríe. Porque no hay otra. La nave del futuro como solución mágica. El auto de Batman contra los secuestradores. ¿Qué sigue? ¿Un robot chino con sable láser?
La desvergüenza se vuelve norma. Se dilapidan millones en estructuras que no protegen, no investigan, no disuaden. Pero deslumbran. Eso sí. El crimen no frena ante una carrocería vanguardista. La violencia no se disuelve por el solo hecho de estar encapsulada en fibra de carbono. El progreso, cuando se renta en cuotas altísimas, no llega más rápido ni va más lejos.
Entretanto, lo de siempre. El narco crece. Las fosas se multiplican. Las jóvenes desaparecen sin dejar eco. Hay barrios donde nadie denuncia porque eso también cuesta. Las unidades no arrancan. Las luces no prenden. El miedo se organiza.
Tres Batipatrullas frente a la desgracia. Tres esculturas móviles, mudas, carísimas. Aseguran que están listas para todo, aunque nadie sabe cuándo ni cómo actuarán. Todavía no persiguen, no rastrean, no entienden. Permanecen inmóviles, como actores entrenados que esperan su primera escena en una obra sin libreto.
Lo que sí avanza es la narrativa. Esa sí corre. La utopía alquilada. El simulacro de justicia. El decorado.
Y bueno, viendo todo esto, con los muertos sin nombre, los vivos en fila, las madres cavando, los periodistas callados, los cárteles en ascenso y las Batipatrullas relucientes… Sí, claro que sí, me hierve el buche.