Política

Las bolas naranjas

  • Me hierve el buche
  • Las bolas naranjas
  • Teresa Vilis

Un día llegaron las bolas naranjas. No fue una invasión, tampoco una conspiración. Simplemente aparecieron. Se acomodaron en las banquetas, en los edificios de gobierno, en los espectaculares. Eran muchas. Eran redondas. Eran naranjas. Decían que venían a cambiarlo todo.

Pasó lo que suele pasar cuando algo nuevo aparece en una ciudad como esta: hubo quien se emocionó, quien les dio el beneficio de la duda. Eran jóvenes, modernas. O al menos, eran algo diferente. Lo cual, en un lugar cansado, a veces alcanza.

Ahora las veo. Siguen aquí y ya no se parecen a lo que eran. Algunas están estrelladas, cascadas, otras se desinflaron. Las menos conservan algo de brillo. Pero sobre todo están ahí, flotando sobre una ciudad que, ahora se sabe, no estaba para experimentos. Se les dio la oportunidad. Se les dio presupuesto, micrófonos, votos. Se les abrió la puerta grande y confundieron la sala con su casa.

Lo pensé hace unos días mientras veía los videos de la campaña sobre la basura. Una campaña que, a estas alturas, parece parodia. Dicen que la ciudad se inunda porque tiramos basura en la calle. Así, sin más. Como si no existiera todo lo demás: la planeación absurda, las torres levantadas sobre arroyos, la corrupción urbanística o los desarrollos aprobados con trampa.

La lógica es más o menos esta: si se inunda tu casa, la culpa es tuya. Si un árbol cae sobre tu coche, lo provocaste. Si el drenaje revienta, no entendiste las reglas del civismo. Entonces salen a decir que van a multar al que tire basura. Uno, desde el tráfico, el agua hasta las rodillas, se pregunta si están hablando en serio. Spoiler: sí.

Una vez trabajé en un periódico donde todo el mundo repetía: somos los mejores. Nadie lo discutía, era como el padrenuestro. Evidentemente no eran los mejores y nunca lo fueron. No puede ser el mejor quien cree que, desde que nació, es el mejor. Qué risa. Las bolas naranjas funcionan así. No importa lo que pase: somos los mejores. No importa que falten resultados: somos los mejores. No importa que la ciudad esté al borde del colapso: somos los mejores. Lo repiten porque les da identidad, no porque sea cierto.

Entonces hacen proyectos patito, campañas sin fondo, conferencias de prensa donde todos aplauden lo que no se ha hecho. Eso sí, muy creativos para el espectáculo. Todo se vuelve un evento, un post, una foto de grupo. Pero el fondo, el problema verdadero, queda sin tocar. Tocarlo implicaría reconocer errores. Y eso no. Eso nunca.

No creo que esas bolas sean malvadas. Parece más bien que están convencidas de que lo están haciendo bien. Lo repiten entre ellas como un mantra, como un ritual, como se repiten las cosas que uno necesita creer para poder continuar.

Es feo que aquí seguimos dándoles bola, valga la redundancia. Solo en una ciudad como esta ocurre que las bolas envejecen, se agrietan, se equivocan… y aún así les seguimos girando el reflector. Ellas giran. Se graban. Se dicen, una vez más, que son las mejores… y se lo creen. ¡Me hierve el buche!


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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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