El PRI, partido nacido después de una gran revolución que marcó nuestra historia, nunca ha hecho justicia del todo a los mexicanos. Un partido que representaba a toda la sociedad y ha marchado con el viento del desarrollo político internacional. Un partido que estaba generando una cultura política propia de los mexicanos, empezó con un declive cuando abandonó la generación de líderes que eran la columna vertebral del partido, que llevó a la sociedad al hartazgo por el manejo de la política en la últimas cuatro décadas en que abandonó a la ciudadanía, abandonó el discurso popular el cual hemos conocido con el ex presidente Luis Echeverría.
A la fecha, el PRI sigue siendo la escuela que ayuda a transformar a todos los partidos en México, con los dirigentes populares que encabezaron varios movimientos históricos, que repiten lo mismo que ellos. Hoy lamentablemente están cosechando el mal manejo que llevó al partido que dominaba el poder a ser el más corrupto en la historia.
Lo ocurrido en Hidalgo no es ajeno a lo que vivimos en el país como las divisiones fuertes al interior del partido. La renuncia al PRI del ex gobernador Omar Fayad Meneses junto con la directiva del comité estatal del partido marca un fin del priismo en Hidalgo el cual, según varias encuestas, no pasa del 7% en intención del voto con un rechazo de 56% de personas que dicen que nunca votará por ellos.
Se espera una reconstrucción del partido con la nueva dirigencia que está controlada por el CEN lo cual tampoco da buen sabor porque está muy alejado de entender la realidad que vive el partido en el estado.
Decir adiós al PRI es una certidumbre que puede resistir o se puede morir, su mejor opción es renovar al partido con diferentes colores e ideología, que rescate lo mejor que ha tenido el PRI, por su sistema partidista que unificó a la sociedad mexicana, que ha durado casi un siglo controlando el poder en el país, que no hemos visto otro partido en el mundo que haya durado lo mismo.