Cada inicio de Año Nuevo reflexionamos ante los hechos y vivencias del año que termina, por lo que visualizamos aquello en lo que no trabajamos y que podríamos encauzar para mejorar nuestro bienestar y acciones para el año que comienza, buscamos evitar aquello que en lo que tropezamos dado los malos resultados y con ello, nos comprometemos a superar día con día los obstáculos que se nos presenten.
Esta tradición se hizo costumbre para celebrar el fin de año y recibir el nuevo, en parte, por su conexión con la renovación personal, acompañada de la reflexión interna y el deseos de dejar atrás las dificultades del año que terminó; especular en que el inicio del nuevo año traerá consigo cambios que nos permitirán alcanzar los anhelos que nuestro ser requiere, aquello que nos inspira a mejorar nuestra vida y que actúan como una poderosa motivación y expectativa para realizar los objetivo a lo largo del año.
Sin duda alguna, los políticos aprovechan esta temporada decembrina para celebrarla con gran entusiasmo, simulando un trabajo cercano a la ciudadanía, que debería verse reflejado en el bienestar de aquellos a los que procuran; sin embargo, no definen una ruta de acción concreta que les permita atender las demandas que señala la ciudadanía y mucho menos, buscan corregir sus actos fallidos.
Así mismo, no establecen un orden de prioridad para brindar el apoyo a la sociedad, no cumplen con todo lo que prometen desde el discurso o su lugar de acción, simplemente se limitan a la atención básica, lo que conlleva al desencanto de los ciudadanos. Estos actores deberían pensar en acciones a largo plazo, no sólo para el Año Nuevo, sentar las bases para visualizar un cambio que beneficie a todos y cada uno de los habitantes de su comunidad, esto les permitiría como líderes, reposicionarse y mostrar que tienen interés por acompañarlos en estas aspiraciones y propósitos de Año Nuevo como lo son la seguridad, paz social, alimentación, empleo, salud, educación, crecimiento y una mejor integración social.
