La eficacia en una organización política se garantiza al generar de manera permanente liderazgos, potencializar sus competencias y con ello alcanzar el objetivo de persuadir a la población.
Lo visto hoy en México es que el liderazgo está ausente, los partidos siempre viendo para otro rumbo en lugar de abonar a la formación de líderes que respondan y estén comprometidos con su estrategia, convencidos con la doctrina del partido.
Siempre han pretendido ganar solamente el voto por medio del sistema que se adapta para escoger al candidato de su agrado, que cubra sus intereses personales o tenga los recursos para una campaña electoral; nunca se ocupan de tener militantes convencidos, luchadores sociales que puedan acercarse a la ciudadanía como líderes natos.
México ahora carece de liderazgos, salvo el Presidente de la República quien figura como un gran líder popular cuyo mayor defecto quizá es el sobre informar, generando así contrapeso contra su propia estrategia política como el caso de Xóchitl Gálvez a quien en un plazo no mayor a tres semanas la hizo crecer hasta un 38 por ciento, acrecentó su liderazgo popular y la colocó a la vista de todos versus Claudia Sheinbaum quien a lo largo de tres años logró un 41 por ciento, siendo la “corcholata” mejor posicionada.
Se observa una falta de planeación y requieren un análisis a fondo del discurso que permita el desarrollo de México, crear un liderazgo que entienda las circunstancias que vivimos y mejore el manejo que tienen los partidos.
Con estas acciones AMLO ha despertado los intereses de la oposición que estaba totalmente acabada, sin rumbo; dejó de lado las reglas de la ciencia política para construir la imagen de un actor político, solo generó un choque entre sus perfiles y el perfil de la oposición.
Lo anterior da oportunidad a la oposición de cambiar su rumbo de estrategia y colgarse con la imagen reciente del liderazgo de Xóchitl para poder estar en la pelea frente a frente de un adversario gigante al que nunca pensaron vencer.