En plena pandemia, Néstor no ha podido pagar la cuota que le piden los custodios en el penal de Chiconautla para poder dormir acostado, aunque sea en el suelo, o en una tabla de esas que ponen entre las literas para que quepan más internos de los que deberían. Pero con 100 pesos le alcanzó para dormir este mes como "vampirito", término que se usa para definir a quienes se amarran con sábanas a las rejas para pasar la noche de pie, porque no hay espacio ni en el piso para dormir. Al menos no le tocó estar semiparado en el baño, donde caben hasta 12 reos, que son los que no tienen ni un peso para mejorar sus condiciones de descanso nocturno.
Es el módulo 1 de este penal del Estado de México, en la frontera con Ecatepec, donde están los procesados. Ni Néstor, de 45 años, ni los 5 mil 700 internos más que están ahí en una cárcel construida para mil 500, podrán luchar contra el Covid19, y ni qué decir de ayudarse con "SusanaDistancia". ¿Cuántos muertos esperarán las autoridades para despresurizar las cárceles en esta pandemia? Este viernes inició en Chiconautla el proceso para entregar brazaletes de control electrónico y así liberar, en total en el estado, a mil 800. Pero Organizaciones no gubernamentales como Presunción de Inocencia estiman que, según señala la Ley Nacional de Ejecución Penal, en esa entidad al menos 13 mil internos, de un total de 31 mil, deberían salir porque tienen beneficios de libertad condicionada o anticipada, ya que cumplieron la mayoría de los años de sentencia.
Han sido pocos los estados que están realizando acciones para despresurizar las cárceles; ha habido una reacción lenta y torpe, como si el virus no se propagara de manera tan fácil y rápida, y más entre quienes viven apretados unos sobre otros.
En el penal de Chiconautla, como en la mayoría de las prisiones mexicanas, hay estratos sociales. Los “panqués” se les llama a quienes logran dormir en literas, aunque acompañados de dos personas más; los “catarratas”, son los que duermen abajo de las literas, en el suelo por donde pasan las ratas, chinches y desechos humanos cuando se tapa el baño. Los “erizos” logran alguna parte libre del piso, y los “tablas” ocupan las maderas que se colocan entre las literas para que quepan otros tres más. Ninguno reo duerme sin tocar la piel de otro.
Si alguno se siente mal por la noche le resultará casi imposible salir porque no hay ni un espacio para pasar. Y si lo logra, se encontrará con un área de servicio médico casi inexistente en donde no hay camas, solo sillas de plástico con la leyenda Coca Cola dispuestas afuera de unas celdas que originalmente eran para los reos, pero con el tiempo pasaron a ser el espacio donde se atiende a los enfermos.
Apenas este miércoles 15 de abril llegó ahí un hombre con fiebre, tos seca, y sin poder respirar. Solo fue atendido con suero y llevado a la “celda especial” de posibles infectados que se dispuso en el módulo 8, confirmaron fuentes dentro del penal a esta periodista.
En Chiconautla no se han realizado pruebas de Covid-19, y la dimensión del problema es todavía desconocida, como en muchos otros del país. En una prisión donde solo hay una llave de agua corriente en la zona de retretes, el derecho a la higiene se convierte es un tema aspiracional. Hasta la semana pasada, cuando aún se permitían visitas, los internos tuvieron contacto con miles de familiares, la mayoría sin medidas de protección. Tan solo el sábado pasado entraron 3 mil visitantes.
Fuentes del penal aseguran que por lo pronto hay 40 internos en la “celda especial” de posibles infectados, la mayoría provenientes del módulo 1 y el módulo 3. De todo esto no se ha informado a la prensa. El corte de las autoridades es apenas de 24 personas infectadas en las cárceles de todo el país.
Todos sabemos la potenca del virus, y sabemos que podría seguir esta noche en las celdas y pasillos oscuros de las prisiones mexicanas, mientras Néstor se amarra con una sábana sobre las rejas para dormir como “vampirito”.