El colonialismo fue el algún momento una realidad hecha de abusos, saqueos, exacciones y despiadada explotación de los pueblos colonizados. En nuestra condición, justamente, de nación conquistada por el invasor provenido de la Península Ibérica, podríamos entonces seguir reclamando eternamente reparaciones, solemnísimos actos de contrición protagonizados por los descendientes de los conquistadores y una interminable sucesión de recompensas para saciar la sed que provoca el victimismo galopante.
Y, pues eso, el régimen de doña 4T ha notificado al supremo monarca del Reino de España que debe conectarse directa y expeditamente con sus antepasados de Castilla y Aragón para redactar de manera conjunta un edicto en el que quede plasmado su amargo arrepentimiento de que las huestes de Hernán Cortés se hayan aliado a los pueblos sojuzgados por los bárbaros aztecas y consumado, a partir de ahí, la ocupación de México-Tenochtitlán. Y, bueno, ya en plan declaradamente práctico, el oficialismo ha emprendido igualmente una operación revanchista mucho más actualizada en la que las empresas españolas deben dejar de ser las malignas entidades que perpetúan el mentado colonialismo.
Somos una nación soberana, faltaría más, y a partir del orgullo patrio que se deriva de la consagración de Estados Unidos Mexicanos como una entidad que decide su propio destino sin rendirle cuentas a nadie, el hecho de que una empresa española pretenda producir energía limpia y barata en nuestro sacrosanto territorio es un grosero y ofensivo atentado a nuestra dignidad que, por ello mismo, debe ser combatido frontalmente.
La imperialista corporación que llegó a estas tierras con el avieso propósito de perpetuar el saqueo de aquellos españoles rapaces se llama, muy oportunamente, Iberdrola, y estuvo a punto de sufragar una multa absolutamente descomunal por haber celebrado, supuestamente, leoninos contratos con el Gobierno del satanizado Felipe Calderón.
Las cosas se arreglaron, por fortuna para las partes involucradas, e Iberdrola se marcha de este país luego de haber celebrado un acuerdo, muy provechoso, en el que le cede a CFE el 80 por cien de sus operaciones a cambio de un pago tan sustancioso como, suponemos, lesivo para quienes pagamos impuestos en este país.
Y así, la “soberanía energética” está asegurada luego de la compra –no “nacionalización”, con el perdón de ustedes— de las plantas productoras de los españoles. El gran tema, más allá de confundir la posible majestad de una nación con el hecho de que se oponga a las inversiones extranjeras productivas, es saber si la industria eléctrica presuntamente nacionalizada va a poder proveer la energía que necesita México, con todo y su sector industrial.
Ser soberanos es ser eficientes. Y, capaces…