Dani Alves, según cuentan, aparece muy sonriente cuando acude a la Audiencia de Barcelona a firmar los documentos que acreditan su permanencia física en la comarca catalana (no conociendo los términos en los que le fue conmutada su estadía en prisión por una libertad condicionada, este escribidor se pregunta si puede viajar de fin de semana a Madrid o a la playa de La Concha en San Sebastián o, por el contrario, si debe permanecer quietecito en la Comunidad Autónoma que tanto se emperra en separarse del Reino de España).
Debería el hombre poner cara de circunstancia, así fuere para mostrar un aparente arrepentimiento luego de haber perpetrado una violación en una discoteca de postín de la Ciudad Condal pero los placeres de la vida —entre ellos, el nada menor de encontrarse en libertad gracias a que un diario brasileño, al parecer, pagó la fianza de un millón de euros para que no siguiera encerrado el futbolista— siempre terminan por ganarle la partida a los imperativos de las buenas costumbres.
Estuvo aquí el astro suramericano, contratado por unos Pumas que hace buen rato que no le hacen honores a su prestigiosa camiseta, pero no le sirvió del maldita cosa al equipo. Y, ahora que su carrera está absolutamente terminada y que su vida tampoco da la impresión de que la pueda recomponer sin mayores desvelos, no podemos menos que preguntarnos por qué alguien es capaz de echarlo todo por la borda en un instante. ¿Soberbia, prepotencia, preeminencia del instinto, consustancial irresponsabilidad…?
Hablando de personajes trasmutados en sujetos de malos modos, otro monstruo futbolístico, de apellido Messi, protagonizó a su vez un numerito de agresión en los sótanos —es un decir— del estadio en el que tuvo lugar el pasado choque de titanes entre el Inter Miami CF y el CF Monterrey. Cuando no juega el argentino el equipo se vuelve uno del montón y, justamente, los regiomontanos salieron victoriosos, con un gol a favor, del partido. Pero, qué caray, esas derrotas son muy difíciles de digerir para alguien que se ha movido en las altas esferas del balompié, por más que los dólares sigan llegando a su cuenta bancaria. Y el argentino, entonces, se hubiera comportado tan majadera y agresivamente que algunos comentaristas piden ya que doña Concacaf lo sancione, denunciando, además, que eso no va a ocurrir porque el señorito sería intocable. Pues, por lo pronto, que venga a Monterrey para no defraudar a los aficionados (pagaron muy caras las entradas) y que lo castiguen después, si fueren tan amables.
En fin, de la muy oscura embestida de Jos Verstappen en contra de Christian Horner, el director de la escudería Red Bull de F1, hablaremos cuando haya un ganador. Pero, lo que sí, en el mundo deportivo hay muy buen material literario.