A mis muertos que siguen vivos amándolos
Nuestro Día de Muertos se ha vuelto cotidiano en nuestro México en vilo. Me refiero no a una permanente celebración de esta tradición muy propia de nuestra cultura popular sino al desasosiego provocado con un atentado fatal para la vida de un ser humano inocente cuyos deudos dolientes sufren la pérdida irreparable del familiar querido. La hiperviolencia penetra por todos los poros de la sociedad. Hay de muertes a muertes, nunca será lo mismo aquellas a causa de un hecho violento perpetrado por criminales organizados o por el Estado, de aquellas ajenas a un acto brutal, sangriento: homicidios dolosos. La hiperviolencia social no distingue clases sociales, ni edad ni sexo, aunque especialmente afecta a los de abajo, a los humildes, al proletariado del campo y de la ciudad. La cantidad de muertes por la violencia social se incrementa día con día y son decenas de miles acaecidas por armas de fuego, muchas de ellas en manos de sicarios que pululan por doquier; ningún rincón del país se salva como funesto escenario funesto, aunque hay algunos más violentos.
El desgarramiento social es manifestación de la profunda descomposición del todo social, la deshumanización terrible. La degradación de la sociedad mexicana está marcada a sangre y fuego como sino fatal por sus profundas contradicciones y conflictos sociales producto de las recientes décadas de un capitalismo salvaje depredador del hombre: homo homini lupus [el hombre es el lobo del hombre]. La barbarie social es un síntoma inequívoco de que en México prevalece la ley de la selva, y todavía hay algunos viles politiquillos proponiendo que la propia población se proteja armándose hasta los dientes. Las acciones bursátiles en la industria de armamentos subirían de manera rápida y furiosa. El capitalismo es Tánatos [destructor de vida]: un impulso hacia la muerte contrapuesto a Eros [principio de la vida]. Tánatos era la personificación mitológica de la muerte, aunque la muerte violenta era el dominio de sus hermanas amantes sedientas de sangre: las Keres.
Desde el pensamiento crítico–radical [desde las raíces hondas], la naturaleza social de la violencia emana de una sociedad clasista envuelta en conflicto consigo misma; de una sociedad enferma de cáncer hasta el tuétano. Marx decía que “El capital es trabajo muerto que solo se reanima vampirescamente, chupando trabajo vivo, y que vive tanto más cuanto más chupa de ello”. El capital es un monstruo ávido de sangre. Si queremos enterrar toda forma de violencia social que beneficia directa o indirectamente a una minoría social mundial –el poder y el dinero– tenemos que pensar seriamente en la construcción de una sociedad basada en la paz y la armonía donde estén ausentes las diferencias clasistas y la explotación de una clase por otra, pero ello implica pensar en un proceso democrático de transición histórica con profundos cambios sociales económicos, políticos, ideológicos, educativos y culturales. La paz social no se reduce únicamente a la ausencia momentánea de guerra [civil o internacional]; la verdadera paz significa la ausencia real y total de cualquier condición económica y política que genere toda forma de conflicto bélico y toda forma de violencia social [intrafamiliar, étnica, religiosa, sexista, etcétera].
La hiperviolencia social es compleja por la diversidad de factores causantes. Sin duda, la matriz es de naturaleza económica que, a su vez, presenta, varios rasgos ominosos [desempleo, pobreza]. Se conoce que la violencia es la principal causa de muerte en jóvenes mexicanos. “Esta situación de violencia se agudiza desentrañándose la problemática que la rodea, y es que el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) dio a conocer que 47 por ciento de los jóvenes en México considera peligrosa la ciudad donde radica, 40 por ciento de la población de entre 12 y 29 años señala que sufrió algún tipo de delito o maltrato en 2014, muestran cifras de la Encuesta de Cohesión Social para la Prevención de la Violencia y la Delincuencia (ECOPRED) 2014”. En un país donde prevalece la corrupción y la impunidad del poder, el gravísimo problema de la inseguridad pública deriva en muchísimas formas de violencia con decenas de miles de asesinatos por doquier ¿Por qué no hay seguridad pública protegiendo efectiva y eficazmente a toda la población nacional de cualquier forma de delito o crimen? Levantones, desapariciones forzadas, robos, asaltos y asesinatos son parte de la vida cotidiana en la mayoría de las ciudades mexicanas. Gobiernos van y vienen y nunca vemos las políticas adecuadas para la protección de la ciudadanía. Las eufemísticamente fuerzas del orden brillan por su ausencia para resguardar la vida de los ciudadanos ¿Cada país tiene la policía que se merece? No creo, los mexicanos no merecemos ninguna policía inepta. Mientras todos los retrógradas piensan que se debe mejorar la policía para mejorar el país, debemos pensar la necesidad el cambiar el país si se quiere cambiar a la policía hasta su desaparición. Una reforma de la policía es posible si se parte de la reforma democrática del país desde abajo. Autodefensas o policías comunitarias son válidas.