Cultura

El lado oscuro de la civilización

En Del progreso a la armonía —libro y sitio web: delprogreso.iteso.mx—, Susana Herrera narra una historia fascinante, a un tiempo maravillosa y aterradora: cómo la idea del progreso occidental dice buscar la prosperidad y la felicidad, pero también de cómo en el camino ha producido verdaderas catástrofes ambientales.

Este ensayo de Susana Herrera empieza “bajo el cielo luminoso de París, en el año 1969, cuando”, dice, “de la mano de mi padre y al pie de la torre Eiffel lo escuchaba hablar de las exposiciones universales, del París del siglo XIX, de la Ciudad Luz y las ideas que iluminaron al mundo, de los sueños de un siglo en el que todavía se creía que el futuro prometido estaba por irrumpir”. La historia finaliza en la exposición de Shanghai, en 2010, ahora de la mano de su hija. Era la primera vez que entraba a una feria universal, “en medio de la celebración espectacular de un proyecto que se colapsa y se resiste al derrumbe. Ahora que los sueños de aquel siglo se han desvanecido y sabemos con certeza que ese futuro no llegará”.

Se trata de 160 años de exposiciones que han dado cuenta de los enormes avances de la tecnología y la ciencia aplicadas; la manera en que el capitalismo industrial temprano entendía la naturaleza y cómo debía dominarla y transformarla; el progreso y la civilización ligado a la noción de la superioridad de los países blancos y protestantes, al consumo y a la ganancia; pero también a la feroz competencia entre aquellas potencias, que llegó a las confrontaciones bélicas más fatídicas de la historia, y al dominio militar o económico de la mayoría de las naciones del hemisferio sur. Y, de manera paralela, el avance de la ciencia en el estudio y la comprensión de la naturaleza. En suma, el análisis de un modelo de sociedad y de naturaleza “que se construye desde las naciones colonialistas y que instaura y difunde formas de saber y dominación legítimas”.

Estas grandes ferias mundiales no han sido más que escenarios en que la modernidad se celebra a sí misma, desde la primera de ellas, en Londres, en 1851: “The Great Exhibition of the Works of Industry of All Nations”, en el fabuloso Crystal Palace de Hyde Park, con una duración de cinco meses y medio y que tuvo seis millones de visitantes. Apenas tres años antes Carlos Marx había publicado, en Londres, El Manifiesto comunista, que proponía también una visión científica de la historia, la naturaleza y la sociedad.

En estas grandes exposiciones también se han discutido, sobre todo a partir de los años setenta, los temas relacionados con una conexión armónica con la naturaleza, el cuidado del ambiente y la necesidad de un desarrollo sustentable, con energías renovables y tecnologías amigables —pues en el siglo XIX no se consideraba incorrecta ni inmoral la depredación ambiental, ya que se hacía en nombre del progreso.

No obstante, los grandes intereses económicos y financieros internacionales han impedido privilegiar el equilibrio y la sustentabilidad ante la necesidad de continuar promoviendo el dominio y la explotación de los recursos naturales. Por esa razón seguimos viendo cómo grandes extensiones de selva amazónica son arrasadas, y tantas otras afrentas graves e irreparables en nombre de una civilización que se resiste a renovarse o enderezar el camino.

¿Es esto posible en estos días de terrorismo, de extremismos ideológicos y nuevos totalitarismos, de un rampante desdén por la democracia y por la ciencia y la tecnología que operan a favor de la salud, de la educación, de la investigación, de la producción de alimentos: las vacunas son nocivas, el cambio climático no existe, dice Trump, el cáncer se lo provoca uno mismo y la tierra vuelve a ser plana otra vez?

Es en Occidente donde han surgido la democracia y las libertades más esenciales, los derechos humanos, el feminismo, los medios críticos, pero también las peores aberraciones. Por eso tenemos instituciones, universidades, movimientos ambientales, por la justicia, contra la violencia, contra la discriminación. El panorama puede parecer apocalíptico pero cada vez hay menos pasividad, más inconformidad y más gente decidida a cambiar las cosas.

No puede negarse que muchos de los productos del progreso han mejorado la calidad de vida de millones de personas, pero tampoco que millones más han quedado excluidos. Así, ¿cómo redefinir los conceptos de progreso y civilización? ¿Cómo concebir ahora el futuro? ¿Será como el que nos muestran las distopías cinematográficas, o aún estamos a tiempo de construir uno mejor?

Google news logo
Síguenos en
Rogelio Villarreal
  • Rogelio Villarreal
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.