Andrés Manuel López Obrador ha dicho más de alguna vez que sus modelos de vida son, por un lado, algunos héroes mexicanos, como Juárez y Madero y por el otro, grandes protagonistas del siglo XX, como Gandhi o Mandela. También ha hecho mención en más de una ocasión de personajes religiosos, como Jesús de Nazaret o San Francisco de Asís. Sin embargo, en su vida diaria y en su desempeño como presidente de la República, lo que hemos visto es más bien un político vengativo, burlón, cínico, poco empático con el dolor ajeno, intolerante, que mezcla sus convicciones religiosas personales con su función pública, antidemocrático y con ánimo persecutorio frente a sus adversarios y ante quienes se atreven a disentir, incluso entre sus propios aliados. Es, por lo tanto, la antítesis de los modelos que él supuestamente pretende seguir. Una verdadera lástima, pues México necesitaba un Presidente con más visión de estadista y con un espíritu verdaderamente más generoso. No basta con anunciar sus modelos; hay que realmente emularlos.
De Benito Juárez, AMLO no tomó ni el respeto a las leyes, ni el necesario distanciamiento entre las creencias personales y el ejercicio de la función pública. Su famosa frase: “Al diablo con sus instituciones” refleja exactamente esa postura. En más de una ocasión, no desprovisto totalmente de razón, ha acusado a las instituciones de ser instrumentos del poder factual. Y, sin embargo, una vez en el poder, ha torcido en su favor la interpretación del sentido de las instituciones democráticas y de las leyes. Así que demócrata no es, por lo menos en el sentido que lo fue Francisco I. Madero. Y a propósito del prócer revolucionario, hay que decir que ni él ni sus sucesores atacaron a la prensa o a los medios, como lo está haciendo AMLO. En tolerancia, el Presidente también sale reprobado, pues se ha dedicado a atacar a sus adversarios desde la cúpula del poder. Exactamente lo contrario de Gandhi o de Mandela. “Mahatma”, nombre que le atribuyó el poeta Rabindranath Tagore a Gandhi, quiere decir literalmente “Alma Grande”, es decir “magnánimo”. Gandhi luchó hasta el final de sus días por una India plural, en la que cupieran todos, independientemente de su origen, religión o clase social. AMLO se la ha pasado burlándose de sus adversarios, con un afán revanchista que le brota por todos lados y, lo peor del caso, que transmite a sus seguidores. Por lo mismo, de Mandela, AMLO tampoco tiene nada. Si algo no cultivó el gran “Madiba”, fue la venganza. Más bien combatió siempre a aquellos que pretendían aprovechar el poder del Estado o de su mayoría.
Curiosamente, a los modelos a los que más se acerca AMLO es a los líderes mesiánicos o iluminados. Lo cual nos deja, como ya lo dijo en su momento Krauze, con un “mesías tropical” o con un aprendiz de mendicante, que no sabe la diferencia entre la austeridad republicana y la pobreza franciscana. Un Presidente que quiere imitar a Dios (puesto que los cristianos asumen que Jesús es parte de la trinidad), pero que en la práctica comete muchos de los pecados capitales, comenzando por el de la soberbia. La República está en manos de un Savonarola, un mendicante iluminado.