No se requiere mucho para conocer los grandes fracasos de la gestión gubernamental del presidente López Obrador. Muchos columnistas lo han hecho durante estos tres años de su gobierno y, sin embargo, el que siga teniendo una aprobación bastante favorable en la población nos obliga a profundizar en el análisis, tratando de superar la división y polarización social que el mismo Presidente ha generado y constantemente alimentado. Así que me parece importante pensar en sus logros.
Al respecto, yo diría que el principal ha sido el de hacer conciencia sobre la necesidad de atender a las capas más desfavorecidas de la población sin esperar que la economía termine por desparramar los beneficios del crecimiento. En otras palabras, hay que atender el problema de la desigualdad que padecemos. Y digo padecemos, porque creo que la desigualdad termina afectándonos a todos, de distintas maneras. Y en esa lucha contra la desigualdad con la frase “primero los pobres” se esconde otro logro, aunque sea parcial, del presidente López Obrador: generar una esperanza de que las medidas gubernamentales eventualmente terminarán por impactar positivamente a la economía popular, reduciendo la desigualdad. Por eso la importancia de los nombres, que parecen en ocasiones ridículos, pero que vehiculan un mensaje a las capas más desfavorecidas: “Instituto para devolverle al pueblo lo robado”, “Gas bienestar”, “Banco del bienestar”, rifa del avión presidencial, aunque el avión siga allí, etc. Es un logro parcial, porque esos mensajes, si bien han logrado alimentar la esperanza, no han generado un empoderamiento de los más desfavorecidos.
Estoy pensando en otros lugares donde sí ha sucedido: en Bolivia, por ejemplo, Evo Morales no solo hizo crecer el PIB a niveles muy altos durante todos los años que permaneció en el poder, sino que empoderó a los indígenas, los cuales constituyen las clases bajas de su país. Por dar un ejemplo, yo llegué a visitar alguna vez a la Ministra de Justicia, una “cholita” (como les dicen allá a las indígenas) que había sido líder de las empleadas domésticas. Estuvimos platicando de cuando visitó Coyoacán y de las tortillas, entre asuntos más serios. Y como en el caso de ella, cuando se visita Bolivia, uno siente cómo los indígenas tienen ya otro lugar en esa sociedad y no solo en su imaginario. No hay nada equivalente en el caso de la 4T. Ni en el gabinete, ni en puestos de representación popular. Hay en su lugar una política de caridad, de beneficencia.
El esfuerzo por el cambio parece concentrarse más en la propaganda que en la realidad. Ha sido un cambio cosmético, centrado en la repartición de dinero, más que en hacer sentir a la gente que en esta nueva sociedad lo puede todo, que tiene las mismas oportunidades y que podemos ser menos desiguales. Porque si uno examina las grandes obras de esta administración (una refinería, un tren y un aeropuerto), no hay nada en eso que vaya a beneficiar realmente a los más pobres: ni tienen automóviles, ni se van a subir a ese tren, ni van a viajar en avión. Aún así, el gran logro de López Obrador subsiste, pues es, en realidad, un gran vendedor de ilusiones.