En vida no tuve mayor oportunidad de conocer al hombre, más allá de algunas ocasiones en las que coincidimos en reuniones en el Centro de Estudios Estratégicos en el que despachaba, por lo que me quedo con las tres últimas palabras con las decidió despedirse por escrito de esta vida (Mural, 6 de abril).
De lo que sí puedo dar testimonio, en mi calidad de egresado de la Universidad de Guadalajara, es del cambio cualitativo que experimentó mi alma mater tras el paso del Licenciado Raúl Padilla López por su rectoría general: aún luce su rúbrica plasmada en mi título como Licenciado en Administración Pública, fechado un 5 de julio de 1994. En aquel año, ya había emigrado a la Ciudad de México con el propósito de estudiar la maestría. Una decisión de vida que, además de resignificar mi vocación profesional por el servicio público, me permitió tomar distancia de la vida universitaria en la que me involucré activamente de la única manera digna en que era posible por aquellos años hacer política estudiantil: siendo auténtico estudiante y resistiendo al rampante pistolerismo estudiantil, que fue burdamente solapado al amparo de cacicazgos inadmisiblemente longevos que vivieron enquistados a la otrora poderosísima Federación de Estudiantes de Guadalajara.
Varios años después tuve oportunidad de retornar a las mismas aulas universitarias como estudiante de doctorado y constatar no sólo la extraordinaria evolución material e institucional de lo que fue la antigua facultad de administración, transformada en Centro Universitario de Ciencias Económico-Administrativas tras la reforma universitaria iniciada por el Licenciado Padilla López, además de atestiguar una vida universitaria más abierta a las nuevas ideas y pacificada, en buena medida, gracias a las nuevas formas de hacer política estudiantil que dieron vida a la Federación de Estudiantes Universitarios.
Desde mi experiencia universitaria, retomo las últimas palabras del exrector Padilla López y antepongo tres veces la palabra perdón, como vía para comenzar el diálogo que, tras la muerte del Licenciado, abra paso al único futuro admisible para nuestra Universidad: el de su consolidación institucional.