El 2021 terminó con cierta euforia económica contenida en América Latina y el Caribe. Se calcula que el PIB de la región creció 6.6 por ciento, luego de la fuerte caída registrada en 2020 (del 6.7), lo que dio un respiro a economías debilitadas y fuertemente golpeadas por los efectos de la pandemia. Pero en tiempos de pandemia las buenas noticias vienen en pinzas. Para 2022, las perspectivas económicas nos devuelven a las épocas de un crecimiento tímido, insuficiente para convertirnos en una región de ingreso alto, eliminar la pobreza, mejorar las redes de protección social o aumentar las filas de la clase media.
Según algunas proyecciones, la región experimentará un crecimiento de entre 2.5 y 3 por ciento en 2022, pero estará condicionado por los vientos favorables de la economía global y por las políticas monetarias y fiscales que implementen los países. A propósito de esto conversé con Adriana Arreaza, directora de Estudios Macroeconómicos de CAF, para conocer sus puntos de vista sobre qué factores marcarán el crecimiento, y qué medidas ayudarían a garantizar la estabilidad macroeconómica; les comparto parte de esta charla.
¿Cómo se presenta 2022 para la gente de a pie?
Venimos de un 2020 muy duro, con una parálisis económica provocada por la pandemia que propició una pérdida de empleos y cierre de empresas sin precedentes. El año pasado la actividad fue repuntando, aunque encorsetada por los efectos de la pandemia. Para 2022 se espera una normalización económica, que siga recuperándose el empleo y otras actividades aún restringidas como el turismo, el entretenimiento o los servicios de alto contacto. Siendo optimistas con la variante Ómicron, podemos estar en la fase endémica de la pandemia, lo que significa que la volatilidad debería dar paso a cierta predictibilidad.
Este año se espera una desaceleración, pero ¿será posible mantener crecimientos mayores a 5 por ciento?
En 2021 hubo dos grandes sorpresas. Por un lado, la recuperación fue más acelerada de lo que los analistas anticiparon. De hecho, buena parte de los países lograron superar el PIB previo a la pandemia, gracias al empuje de la demanda externa y a los estímulos fiscales, que marcaron diferencias entre países. La segunda sorpresa fue que la inflación repuntó por el aumento de los componentes más volátiles del IPC, como la energía y los alimentos, pero también de insumos industriales por los cuellos de botella en las cadenas de valor globales.
La desaceleración de 2022 estará determinada por la normalización económica. Y esta ‘normalización’ hará que la región se enfrente a su modesto potencial de crecimiento. Lo cual saca a flote brechas históricas como la baja productividad, la debilidad de la inversión, la alta informalidad, y a esto se suman las cicatrices de la pandemia. Por eso alcanzaremos niveles de crecimiento relativamente bajos, como antes de la pandemia.
Es decir, que el crecimiento no durará mucho…
Entre 2015 y 2019 el crecimiento retrocedió y esto estancó los avances sociales. La reducción de la pobreza y el aumento de la clase media se detuvieron. En la pandemia salieron a la luz muchos temas de inequidad. Los trabajadores de bajos ingresos, los informales, las mujeres y los jóvenes fueron desproporcionadamente afectados por la crisis. Esto no se va a poder superar con un crecimiento de 2.5 por ciento.
Ante esto, ¿qué hacer para garantizar el crecimiento y la estabilidad?
Necesitamos pensar cómo transformar los sectores productivos para que surjan empresas más innovadoras y generadoras de empleos, y cómo mejorar la calidad del capital humano para que sea más empleable. Al final del día uno de los dramas de América Latina es la informalidad, que hace que millones de trabajadores estén fuera de las redes de protección social y ganando salarios de subsistencia. Esto debilita, además, la capacidad de recaudación de los países necesaria para fortalecer de manera sostenible las redes de protección social. En paralelo, hay tendencias que ayudarían a consolidar el crecimiento a largo plazo, como el fortalecimiento del comercio regional, las reformas estructurales para facilitar el surgimiento de las empresas en sectores prometedores como la digitalización, el impulso de la infraestructura de conectividad y social, de modo que se consoliden los incentivos para un crecimiento sólido e inclusivo a largo plazo.
Y a nivel macroeconómico…
Hay que hacer un fino balance de las políticas fiscales y monetarias. En el momento que la inflación sube, los bancos centrales deberán ajustar sus políticas monetarias para anclar las expectativas de inflación de mediano plazo, pero a la vez evitar un fuerte desestímulo en la demanda agregada que deteriore el nivel de actividad económica. Por otro lado, es momento de repensar las políticas fiscales para atender demandas sociales como la protección social e impulsar la inversión pública. Los países tendrán que buscar la manera más adecuada para lograr ese balance, sobre todo aquellos con márgenes fiscales más limitados para garantizar la sostenibilidad de la deuda. Van a tener que hilar muy fino en cómo movilizar más recursos a través de la recaudación y la eficiencia del gasto. Hay que avanzar en reformas que contribuyan a la productividad y formalización, y con políticas que permitan una mejor reasignación de recursos.
Robert Valls
Ejecutivo principal del Banco de Desarrollo para América latina, CAF