Es una estampa de la peor justicia que se ejerce en el país. Gracias a que los juicios son orales y grabados cualquiera puede observar la audiencia donde el juez Juan Manuel Alejandro Martínez Vitela absolvió a Alejandro “N”, sujeto acusado de haber abusado sexualmente de su sobrina de cuatro años.
Ese juzgador encarna todos los vicios de su gremio. La arrogancia, la indolencia, la jerga jurídica condescendiente, la complicidad machista, las piruetas para librarse de la responsabilidad y la corrupción de la ley.
—¡Usted vio a mi hija! —reclama la madre—, ¿por qué no le creyó?
—Sí le creí, señora Figueras; sin embargo, hay insuficiencia de elementos probatorios para justificar el delito de abuso sexual.
—¿Y los peritajes? —insiste la madre—.
—Lo que corrobora son esos tocamientos, desde luego esto en perjuicio de los derechos de la infancia —acota el juez con descaro—.
—¿Entonces?
Martínez Vitela coloca sobre su cuerpo la jerga leguleya como capa protectora:
“Había que verificar, corroborar la información de lo que (la niña) estaba diciendo”.
Aquí es cuando el juez reclamó a la Fiscalía de Estado de México por no haber hecho su trabajo y de paso se lavó las manos sabiendo que él podía haber suplido la tarea pendiente.
La niña contó en repetidas ocasiones la misma versión: que el padre la había dejado a dormir con el presunto perpetrador, que esa noche el tío bajó el cierre de sus pijamas y tocó su cuerpo con intención sexual.
Dos psicólogas distintas validaron los dichos de la niña y advirtieron la imposibilidad de que una menor de esa edad inventara algo así y pudiera luego repetirlo sin variaciones.
¿Qué elementos faltaron para probar el delito de abuso sexual?
La niña fue incapaz de mencionar la dirección del tío y la hora precisa del abuso.
“¿Qué niña de cuatro años puede proveer esos datos como si fuera una adulta?”, revienta la madre.
Martínez Vitela alza el hombro izquierdo y mira de lado.
Zoom: el juez cerró la instrucción con un tremendo lapsus. “Lo conducente es emitir un fallo condenatorio”. Se detiene y corrige: “digo… absolutorio; pero no se preocupe, señora Figueras, que si así lo desea puede apelar mi decisión”.